domingo, 19 de octubre de 2014

RETIRO DE ORACIÓN Y VIDA (cont.12)


EL EJERCICIO DE LAS VIRTUDES CRISTIANAS

¿Qué se entiende por "virtud"?
La virtud es un hábito cuya adquisición perfecciona al hombre. El vicio es un hábito cuya adquisición degrada al hombre*. Tanto los hábitos buenos (las virtudes) como los malos (los vicios) se adquieren por la repetición de actos virtuosos o pecaminosos.

Naturaleza de la virtud
1. El hombre "justo" o "perfecto" (Mt 5.6.20,48) no es el que se esfuerza por llegar a ser tal, sino el que busca Dios y para alcanzarlo sigue el camino que Él le traza, que es también el único por el que hallará su desarrollo personal. La Biblia sintetiza este concepto en la fórmula "andar con Dios" (Noé: Gn 5,22.24; 6,9; Abrahán: 17,1). El salmo 32,8 proclama; "Yo te instruiré y te haré ver el camino por donde debes andar, te aconsejaré y mis ojos estarán sobre ti". El profeta Isaías enseña: "Dichosos los que esperan en Yahveh. Con tus ojos verás al que te enseña y con tus oidos oirás detrás de ti estas palabras-. 'Ese es el camino, id por él" (Is. 30,18-21)

2.La vida virtuosa consiste en una relación viva con Dios, en una. conformidad con sus palabras, en una obediencia a su voluntad. ,en una orientación profunda y estable hacia él. Esta relación hace al hombre "justo, perfecto y santo".
3. Pero esta conformidad con la voluntad de Dios que constituye la virtud, y que la Biblia llama ordinariamente "la justicia", no se obtiene con el mero cumplimiento de los actos prescritos por Dios, sino que estos actos son la manifestación de una fidelidad a Dios, que procede del corazón, y son expresión del amor, que es el principal elemento de la Alianza (Dt.6,5-6; 11,l; 30,20).
4. Las virtudes no le vienen al hombre desde fuera. En el corazón mismo del ser humano se halla la raíz de la virtud, como también del vicio (Mc 7,21s). Para que el corazón del hombre vuelva a ser justo, es necesario que Dios lo vuelva a crear y le infunda un espíritu nuevo, como lo declara el salmo 51,12 y como lo anuncian los profetas. Esto se realiza en la Alianza nueva, cuando Dios infunde en los corazones su mismo Espíritu, que los hace fieles y les facilita el cumplimiento de su voluntad. Un pasaje central del profeta Ezequiel es la síntesis de esta doctrina:

"Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados. De todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo.
Infundiré mi Espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas" (Ez 36,26-27).

5. El Espíritu Santo, cuya misión de maestro interior revela Jesús a sus discípulos, les dará el sentido de sus palabras, les llevar{a a la plenitud de la verdad y les comunicará la sabiduría y fortaleza necesarias para ser testigos invencibles del Evangelio (Jn 14,26; 16,13; Hch 1,8.

6. Este mismo Espíritu liberará al creyente de todos los apetitos carnales que hacen al hombre vicioso, derramando en su corazón el amor de Dios (Rom 5,5) y haciéndole producir el fruto de su presencia en el corazón del creyente, que son todas las virtudes animadas por el amor-caridad. San Pablo escribió a los gálatas: "El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo" (Gal 5,22). Así el Espíritu Santo fortalece al hombre interior (Ef 3,16).
San Pablo menciona las virtudes del ideal griego (Flp 4,8), pero subraya sobre todo las virtudes cristianas: "La fe, la esperanza y la caridad-amor" (1 Tes 1,3; Rom 5,1-5; Col 1,4-5), proclamando que la mayor de todas ellas es "el amor", que es el vínculo de la perfección (1 Cor 13,13; Gal 5,14; Col 3,14)


domingo, 5 de octubre de 2014

EL ESPÍRITU SANTO NOS SANTIFICA

El autor de nuestra vida santa, de nuestra santificación no puede ser sino el Espíritu Santo. La obra maestra de santidad que obró el Espíritu Santo fue Jesús. En el momento de la Encarnación, el Espíritu Santo vino sobre María:
Lc 1,35: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti. La Fuerza del Altísimo (es el mismo Espíritu Santo) te cubrirá."
Y, como consecuencia de esa acción fecunda del Espíritu Santo, continúa el Ángel diciendo:
Lc 1,35: "Por eso, el que va a nacer, será llamado Santo."
Fruto del Espíritu Santo, el chico que va a nacer, tendrá un nombre, el nombre de El Santo,
puesto que ha sido concebido por el Espíritu Santo. Y luego dice:
Lc 1,: "Hijo de Dios."
También nosotros: el Espíritu Santo ha estado en nosotros para hacernos santos en el Bautismo, y hacernos hijos de Dios, hijas de Dios. Y esta obra de santificación, de santidad, el Espíritu Santo la prosigue, si nosotros se lo permitimos, día con día. Él infunde, el Espíritu Santo infunde en nosotros la vida divina o la naturaleza divina como el padre y la madre comunican la naturaleza humana. El Espíritu Santo nos comunica naturaleza divina para ser hijos de Dios, no hijos de papá y mamá, sino que nos comunica naturaleza divina para ser hijos de Dios. Es el inicio de la obra del Espíritu Santo en nosotros. Pero luego, ese mismo Espíritu Santo, como sucede en la vida natural, para continuar la vida recibida de la mamá y del papá, hay que alimentar a la criaturita y hay que sanarla, hay que cuidarla, hay que librarla de los peligros. Y esta acción también divino-humana la hace el Espíritu Santo en nosotros. Él continúa alimentando nuestra vida, cuando es necesario sanándonos, curándonos, protegiéndonos, guiándonos; todo para preservar y para hacer crecer esa vida divina sobrenatural que nos ha comunicado, que nos ha dado, por la cual somos hijos de Dios y, siendo hijos de Dios, llamamos a Dios "Papá". Todo chiquito llama a su padre "papá". Nosotros hijos de Dios por la acción del Espíritu Santo, llega un momento en que le podemos decir, ciertamente, a Dios: "Papá". 
Esta es la historia de la acción del Espíritu Santo, y él va infundiendo en nosotros las virtudes necesarias para desarrollar nuestra vida. Lo primero que el Espíritu Santo derrama en nosotros es el amor de Dios que nos hace sentir amados de Dios. Y habiéndonos sentido amados de Dios, ese amor de Dios que hemos recibido, por ese mismo amor recibido, podemos, a nuestra vez, amar a Dios y amar a los demás.
Juntamente con esta virtud del amor que el Espíritu Santo pone en nosotros, ha puesto ya la virtud de la fe, por la cual nos entregamos a Jesús y pone en nosotros, secretamente, la vir- tud de la esperanza. Desde un primer momento estamos nosotros dirigidos hacia la felicidad eterna y el objeto de la esperanza es la vida eterna, futura, en Dios. El Espíritu Santo pro-
duce en nosotros la fe, produce el amor y el deseo de esperar, después de nuestro paso de peregrinos por la tierra, la grande esperanza de nuestra unión con Dios.
Pero no solamente el Espíritu Santo hace eso: comunicarnos vida en el Bautismo, que la lla- mamos también la gracia, por la participación de naturaleza divina o vida eterna; no sola- mente nos comunica fe, esperanza y caridad, sino que el Espíritu Santo va obrando en nosotros muchas virtudes que necesitamos y a las cuales nosotros debemos abrir el corazón y el alma: virtudes respecto a Dios, pero también virtudes respecto a nuestros hermanos con quien nosotros convivimos; de ahí la lista de frutos del Espíritu Santo que nos da San Pablo: los frutos en relación a los demás es el fruto de la comprensión, de la magnanimidad o lon- ganimidad, el fruto de la mansedumbre, el fruto de la benignidad, el fruto de la bondad ...  Todas esas palabras tienen una relación a los demás. Si nosotros le permitimos al Espíritu Santo actuar en nosotros, entonces nos va cambiando en nuestras actitudes hacia los demás. En definitiva nos hace buenos. Suprime en nosotros la maldad.
El Espíritu Santo es quien, si le damos permiso, va trabajando en nosotros la transformación y nos va haciendo semejantes a Jesús que fue misericordioso con los demás y fue fiel a Dios.