El autor de nuestra vida
santa, de nuestra santificación no puede ser sino el Espíritu Santo. La
obra maestra de santidad que obró el Espíritu Santo fue Jesús. En el momento
de la Encarnación, el Espíritu
Santo vino sobre María:
Lc 1,35: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti. La
Fuerza del Altísimo (es el mismo Espíritu Santo) te cubrirá."
Y, como consecuencia de esa acción fecunda del Espíritu Santo,
continúa el Ángel diciendo:
Lc 1,35: "Por eso, el que va a nacer, será
llamado Santo."
Fruto del Espíritu Santo, el chico que va a nacer, tendrá un nombre, el nombre de El Santo,
Fruto del Espíritu Santo, el chico que va a nacer, tendrá un nombre, el nombre de El Santo,
puesto que ha sido concebido por el Espíritu Santo. Y luego
dice:
Lc 1,: "Hijo de Dios."
También nosotros: el Espíritu Santo ha estado en nosotros para
hacernos santos en el Bautismo, y hacernos hijos de Dios, hijas de Dios. Y esta
obra de santificación, de santidad, el Espíritu Santo la prosigue, si
nosotros se lo permitimos, día con día. Él infunde, el Espíritu Santo
infunde en nosotros la vida divina o la naturaleza divina como el padre y la
madre comunican la naturaleza humana. El Espíritu Santo nos comunica
naturaleza divina para ser hijos de Dios, no hijos de papá y mamá, sino que
nos comunica naturaleza divina para ser hijos de Dios. Es el inicio de la obra
del Espíritu Santo en nosotros. Pero luego, ese mismo Espíritu Santo, como
sucede en la vida natural, para continuar la vida recibida de la mamá y del
papá, hay que alimentar a la criaturita y hay que sanarla, hay que cuidarla,
hay que librarla de los peligros. Y esta acción también divino-humana la hace
el Espíritu Santo en nosotros. Él continúa alimentando nuestra vida, cuando
es necesario sanándonos, curándonos, protegiéndonos, guiándonos; todo
para preservar y para hacer crecer esa vida divina sobrenatural que nos ha
comunicado, que nos ha dado, por la cual somos hijos de Dios y, siendo hijos de
Dios, llamamos a Dios "Papá". Todo chiquito llama a su padre
"papá". Nosotros hijos de Dios por la acción del Espíritu Santo,
llega un momento en que le podemos decir, ciertamente, a Dios:
"Papá".
Esta es la historia de la acción del Espíritu Santo, y él
va infundiendo en nosotros las virtudes necesarias para desarrollar nuestra
vida. Lo primero que el Espíritu Santo derrama en nosotros es el amor de Dios
que nos hace sentir amados de Dios. Y habiéndonos sentido amados de Dios, ese
amor de Dios que hemos recibido, por ese mismo amor recibido, podemos, a
nuestra vez, amar a Dios y amar a los demás.
Juntamente con esta virtud del amor que el Espíritu Santo pone
en nosotros, ha puesto ya la virtud de la fe, por la cual nos entregamos a
Jesús y pone en nosotros, secretamente, la vir- tud de la esperanza. Desde un
primer momento estamos nosotros dirigidos hacia la felicidad eterna y el objeto
de la esperanza es la vida eterna, futura, en Dios. El Espíritu Santo pro-
duce en nosotros la fe, produce el amor y el deseo de esperar,
después de nuestro paso de peregrinos por la tierra, la grande esperanza de
nuestra unión con Dios.
Pero no solamente el Espíritu Santo hace eso: comunicarnos vida
en el Bautismo, que la lla- mamos también la gracia, por la participación de
naturaleza divina o vida eterna; no sola- mente nos comunica fe, esperanza y
caridad, sino que el Espíritu Santo va obrando en nosotros muchas virtudes que
necesitamos y a las cuales nosotros debemos abrir el corazón y el alma: virtudes respecto a Dios, pero también virtudes respecto a nuestros hermanos
con quien nosotros convivimos; de ahí la lista de frutos del Espíritu Santo
que nos da San Pablo: los frutos en relación a los demás es el fruto de la
comprensión, de la magnanimidad o lon- ganimidad, el fruto de la mansedumbre,
el fruto de la benignidad, el fruto de la bondad ... Todas
esas palabras tienen una relación a los demás. Si nosotros le permitimos al
Espíritu Santo actuar en nosotros, entonces nos va cambiando en nuestras actitudes hacia los demás. En definitiva nos hace buenos. Suprime
en nosotros la maldad.
El Espíritu Santo es quien, si le damos permiso, va
trabajando en nosotros la transformación y nos va haciendo semejantes a Jesús
que fue misericordioso con los demás y fue fiel a Dios.