jueves, 7 de julio de 2016

EL CIEGO DE NACIMIENTO (Jn. 9,1-41). Tercera parte

28 Y lo insultaron y dijeron: "Tú eres discípulo de ése, pero nosotros somos discípulos de Moisés. 29 Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés, pero de éste no sabemos de dónde es". 30 Respondió el hombre y les dijo: "Pues en esto está lo admirable, que vosotros no sabéis de dónde es y me abrió los ojos. 31 Sabemos que Dios no oye a pecadores, pero si alguno es religioso y hace su voluntad, a éste lo oye. 32 Nunca se oyó que alguien haya abierto los ojos de un hombre nacido ciego. 33 Si éste, no fuera de Dios no podría hacer nada ".

Los fariseos acuden al insulto; rechazan la posibili­dad de llegar a ser discípulos de Jesús y se refugian en Moisés. La frase "De éste no sabemos de dónde es " está preñada de sentido. Las mismas autoridades se declaran 'ciegos' respecto de Jesús. Ceguera culpable, pues Jesús no se ha cansado de manifestar el secreto de su persona (3,31; 8,23). En cambio, el ciego, hombre ignorante, pobre y sencillo, que ha recibido la vista, va de claridad en clari­dad, penetrando en el misterio de Jesús.
La última intervención del ciego es una argumenta­ción magistral en defensa de su bienhechor, a pesar de no conocerlo todavía, y llega en ella a una intuición más profunda sobre quién es Jesús.
Si había ya confesado que Jesús es un profeta, ahora está persuadido de que es un "hombre de Dios". Además, el énfasis puesto en abrir unos ojos subyugados por las tinieblas desde el momento de nacer, a la vez que subraya lo insólito del portento, es una invitación a ir descubrien­do en él un simbolismo escondido.
El diálogo termina con una terrible injuria llena de vileza de parte de los fariseos, que consideran la enferme­dad del ciego como una maldición divina:
34 Respondieron y le dijeron: "En pecado naciste todo tú, ¿y tú nos enseñas;" Y lo arrojaron fuera.
Consciente o inconscientemente los fariseos, los maestros, los sin pecado, los que ven, los buenos, se cierran para no comprender, para no ver el misterio de Jesús. En cambio, el ciego, el nacido en pecados, el igno­rante, sumido por tanto en las más densas tinieblas espi­rituales y materiales, es librado de sus pecados e iluminado en sus ojos por Jesús, Luz del mundo.
6º Jesús, el Hijo del hombre (v.35-38).
55 Oyó Jesús que lo habían arrojado fuera, y habiéndolo encontrado, le dijo: "¿Tú crees en el Hijo del hombre?" 36 Respondió él y dijo: "¿ Y quién es, Señor, para creer en él?" 77 Dìjole Jesús: Y lo has visto! ¡Y el que habla contigo, ése es!" 38 Y él dijo: "¡Creo, Señor!" Y lo adoró.
Diálogo breve y conciso en que la iluminación espi­ritual para el ciego llega a su cumbre. Oyó Jesús que lo habían arrojado de la sinagoga y lo encuentra. Este hallaz­go no es fortuito, sino consciente y pretendido. Mientras que los judíos rechazan a aquel pobre hombre, Jesús lo busca y lo encuentra (Jn 9,37; Sab 6,16).
Jesús pregunta al que había sido ciego: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Es decir, en el Mesías; pero con ese carácter particular con que lo presenta la profecía de Daniel: un ser misterioso, de origen celestial, que supera la condición humana, pero que debe ser elevado, y así atraer a todos hacia sí. En el evangelio de san Juan, Jesús se presenta con mucha frecuencia con este título trascen­dente (Jn 1,51; 3,13-14; 6,62; 8,28; 12,23.34; 13,31).
El ciego se muestra totalmente abierto para recibir la revelación: "¿Quién, es, Señor, para creer en él?" Y Jesús le responde: "¡Y lo has visto! ¡Y el que habla contigo, ése es!". El «expresivo "lo has visto" con toda su actualidad, revela la realidad espiritual que se ha obrado en aquel hombre. El texto griego utiliza el verbo en tiempo perfecto, subrayan­do la actualidad de la acción: "Lo estás viendo". La ilumi­nación de sus ojos no era sino el símbolo de la iluminación espiritual ele la fe. Ahora sí está viendo con toda claridad y en toda plenitud. 
Pues bien, aquel pobre ciego ignorante cree en Jesús y acepta su misterio sobrenatural. Lentamente los ojos de su espíritu se han ido iluminando. Al principio no veía en Jesús sino a un simple "hombre", pero con nombre teoforico “Yahveb salva"; después pasó a considerarlo como "un profeta"; en un tercer momento pensó en él como en un "hombre venido de parte de Dios"; luego lo confesó como "el Hijo del hombre". Y ahora finalmente lo adora como a su "Señor". Admirable progresión y crecimiento en la fe. En Jesús se realizan todas las esperanzas que Israel encuentra en sus libros sagrados y en sus tradiciones viviente.
"Y lo adoró". Esta expresión, que de suyo no designa sino una prosternación de profundo respeto, incluye tal vez en la mente del evangelista su sentido cabal y completo de adoración divina, ya que el verbo "adorar" sólo aparece en el evangelio para designar la adoración de Dios (Jn 4,20-24; 12,20).
7º Ultima reflexión de Jesús (v.39-41).
79 Y dijo Jesús: "Para un juicio vine yo a este mundo: para que los que no ven, vean; y las que ven, se vuelvan ciegos". 40 Algunos de los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?" 41 Les dijo Jesús: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora decís: 'Vemos'. Vuestro pecado permanece".
Esta reflexión completa el significado profundo de la curación del ciego y revela una cierta nostalgia en Jesús. "Los que no ven " son los humildes y sencillos como el ciego; y éstos verán. "Los que ven"son los que creen ver, bastan­dóse a sí mismos. Mientras que el ciego, de su ceguera física pasó a una luz resplandeciente de fe, los enemigos de Jesús recorren la trayectoria opuesta: creen ver y se hunden en la ceguera espiritual más tenebrosa.
Lo oyeron algunos de los fariseos y le dijeron "¿Acaso también nosotros somos ciegos?". Jesús respondió: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado". Si los fariseos aceptaran "no saber" a fin de ser iluminados, no serían culpables. Pero no. Fiados en su ciencia, se cierran a las iluminaciones de Jesús, Luz del mundo. Por eso Jesús concluye: "Pero ahora decís: 'Vemos'; vuestro pecado permanece". ¡Frase terrible que descubre una tremenda dureza de corazón!

ACTUALIZACION

¡Oh Jesús, hermano nuestro, profeta enviado por Dios, Hijo del hombre y Luz del mundo! 
Toca nuestros ojos, úngelos con tu poder sanador y purifícalos con el agua de tu Espíritu.
Haz desaparecer de nuestra mirada las espesas tinieblas que nos envuelven desde nuestro nacimiento, y haz brillar tu luz divina en los ojos de nuestro espíritu, para conocerte a ti y al Padre, en el Espíritu Santo.
Renueva y aumenta en nosotros la iluminación recibida en nuestro bautismo. Creemos en ti y postrados ante ti te rendimos el culto de nuestra suprema adoración. Amén.