La parábola del "Padre bueno" o
del "Hijo pródigo", junto con las parábolas de la oveja y de la dracma perdidas, forman el famoso tríptico lucano de las
parábolas de la misericordia divina. Con esta parábola, dirigida a sus enemigos
Fariseos y
Escribas, Jesús intenta
justificar su actitud benévola hacia publícanos y pecadores.
El
amor y la misericordia de Dios no conocen límites, y su corazón paternal está
siempre dispuesto a recibir al pecador arrepentido. Si así es Dios, así también
debe ser él.
L—EL HIJO MENOR: w. 11-24.
"Un hombre
tenía dos hijos; y el
menor de ellos dijo al padre: 'Padre,
dame la parte de
la hacienda que me
corresponde*. Y
él les repartió
la hacienda": w. 11-12.
Según la ley del Dt 21,27, dos partes de la herencia pertenecían al
primogénito. En nuestro caso, la tercera parte tocaba al hijo menor. Según las
normas ordinarias, si el reparto de posesiones era durante la vida del padre,
la posesión pasaba a los herederos, pero el padre mantenía el usufructo de los bienes. El joven de la parábola se muestra más exigente: no sólo quiere el derecho de posesión sino que
desea también disponer ya de lo suyo.
"Pocos días
después el
hijo menor lo reunió
todo y se
marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda
viviendo como un libertino. Cuando hubo
gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue
y se ajustó con uno de los ciudadanos
de aquel país, que le
envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba
llenar su vientre con las algarrobas que comían los puertocs, pero nadie se las daba": w. 13-16.
El hijo es todavía joven, no casado, y toma el camino de la Diáspora. Malgastó su
hacienda y se vio en la urgencia de ofrecer
sus servicios a un amo. Este lo envió a cuidar cerdos, animales impuros según
la Ley: Lv 11,7. Esto le impedía la práctica de su religión.
El v. 16 presenta una dificultad: ¿por qué no podía alimentarse con
las alagrrobas que comían los puercos? Posiblemente dos frases diferentes
están aquí fusionadas; desdoblándolas dan esta idea: "y hubiera querido
saciarse con las algarrobas que comían los puertos (pero no se decidía a hacerlo),
y nadie le daba (algo que comer)" (Jeremías).
"Y entrando
en sí mismo, dijo: '¡Cuántos
jornaleros de mi padre
tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi
padre y
le diré: Padre, pequé contra el cielo y
ante tí. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de
tus jornaleros'. Y, levantándose, partió hacia su padre", w. 17-20a.
La conversión del hijo
es perfecta. Reconoce
que con sus pecados no sólo ha ofendido a su padre, sino a Dios. Para un
Israelita, todo pecado es una ofensa a Dios: cfr Gn 20,6; 39,9.
Lo ha perdido todo, inclusive sus derechos de hijo, por eso
sólo piensa pedirle a su padre lo reciba en calidad
de jornalero.
"Estando él todavía lejos, le vio su padre
y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó. El hijo le dijo: 'Padre, pequé contra el cielo y
ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus siervos: 'Traed
aprisa el mejor
vestido y
vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies; traed el novillo cebado, matadlo, y
comamos y celebremos una
fiesta: porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado'.
Y comenzaron la fiesta": w. 20b-24.
El relato está lleno de expresiones de
grandes alcances. El
hijo está todavía lejos y, a su vista,
el padre se conmueve profundamente. Corre, a pesar de que esto sea contra la gravedad de un señor oriental. Lo besa, siendo
el ósculo el símbolo del cariño y del perdón: 2S 14,33. Y, lejos de aceptar la proposición de su hijo, el padre ordena:
*
que le vistan el mejor vestido: en el
Oriente, este vestido ceremonial se da al huésped de honor; además, un vestido nuevo es, en
el Nuevo Testamento, símbolo de pertenencia
a la Nueva Era: Me 2,21; Hch 10,1 lss; ll,5ss; He 1,10-12;
*
que le pongan un anillo
y unas sandalias: el anillo llevaba el sello de autoridad y las sandalias eran
signo de hombre libre;
*
que le preparen un banquete con el mejor novillo: porque se trataba de una recepción
solemne, a un
personaje querido.
La razón de todas esas
muestras de dignidad y sobre todo de afecto del padre es porque para él, su
hijo no ha perdido los derechos filiales; y una alegría inunda su corazón, porque "este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado".
2.—EL HIJO MAYOR: w. 25-32.
"Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó
a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando
a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: 'Ha vuelto tu
hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque lo ha recobrado sano\
El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él
replicó a su padre: 'Hace tantos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una
orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis
amigos; y ahora que ha vuelto ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con
prostitutas, has matado para él el novillo cebado": vv. 25-30.
He aquí
un cuadro de oposición. La figura
del hijo mayor contrasta tanto con la benevolencia
del padre bueno que sale a suplicar
a su hijo que entre, como con la actitud humilde y respetuosa del hermano
menor.
El lenguaje que utiliza el hermano
mayor es
duro y despectivo. No llama al menor ''hermano", sino "tu hijo ése".
El padre
en cambio, mantiene su bondad:
"Pero él le dijo: 'Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío
es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la
vida, estaba perdido y ha sido encontrado'": w. 31-32.
Esta respuesta del padre, en medio de su bondad, encierra un
reproche para el
hijo mayor.
REFLEXION
FINAL:
La parábola consta de dos cuadros
y de tres personajes. El
personaje principal es el Padre bueno que perdona al hijo menor y le mantiene
su amor, y que comprende al mayor pero lo reprocha discretamente.
El primer cuadro puede
titularse "El retorno del hijo menor" y el segundo "La protesta del
mayor". Y tan importante es uno como el otro, porque, si el primero subraya que
la misericordía de Dios es ilimitada, el segundo enseña que los que se creen
buenos —los primogénitos— no deben ser celosos ni escandalizarse, sino aceptar
que participen del Banquete Mesiá-níco los hijos extraviados que quieren volver
a la casa paterna
alvador Carrillo Alday M.Sp.S. LAS PARÁBOLAS DEL EVANGELIO. pags. 157 ISE. México, 1992.