sábado, 16 de marzo de 2019

PARABOLA DE LA PERLA: Mt 13,45-46.


Esta parábola es también propia de Mateo.
"De nuevo, semejante es el Reino de los Cielos a un, comerciante que busca hermosas perlas. Habiendo encontrado una perla de gran valor, habiéndose marchado, vendió todo cuanto tenía y la compró": 13,45-46.
Las perlas eran altamente apreciadas en la antigüedad. Procedían del Mar Rojo, del Golfo Pérsico, del Océano Índico. Había perlas valuadas en millones. Se dice que Cesar regaló a la madre de Brutus una de 6 millones de sestercios (millón y medio de pesos mexicanos).
En tanto que Mateo nos presenta ya un "rico comercian­te buscador de perlas", el Evangelio de Tomás habla sólo de un comerciante que tenía un fardo, un bulto (seguramente lleno de baratijas de bazar) y que, habiendo encontrado una perla, vendió el fardo y se compró la perla. Esta situación explica mejor la sorpresa y el empeño por adquirir la precio­sa perla. Mateo parece haber agrandado el cuadro primitivo. Pero el efecto fundamental es el mismo.
La perla de gran valor es imagen del Reino de los Cielos. Y quien lo encuentra de verdad, queda de tal manera subyugado que tiene valor para desprenderse de todo con el fin de conseguirlo.

Como se ve, tanto la parábola del tesoro como la de la perla son parábolas de contraste, que comparan un primer estado de pobreza a una situación posterior de riqueza. Son, Igualmente, una invitación personal al Reino de los Cielos.
¡Venderlo todo por él, vale la pena! ¡Es hacer un muy buen negocio! ¡Entrar en el Reino de Dios y reinar con el ya desde el presente, vale todos los sacrificios...!
Salvador Carrillo Alday M.Sp.S. LAS PARÁBOLAS DEL EVANGELIO. pág. 64-65. México, LA CAMPANA. IPB 2011

domingo, 3 de marzo de 2019

PARÁBOLA DEL TESORO ESCONDIDO: Mt 13,44.


Esta parábola es propia de Mateo.

"Semejante es el Reino de los Cielos a un tesoro escondido en el campo, que un hombre, habiéndolo encontrado, lo volvió a esconder, y, en su alegría, va y vende todo lo que tiene y compra el campo aquel": 13,44.

El caso de tesoros escondidos era común en la antigüedad, y siempre provocó el interés y el entusiasmo. Durante las excavaciones del Monasterio de Qumran (1955) se encontraron dos pequeñas ollas de barro que contenían unas 600 monedas de plata. ¡Era un tesoro escondido! Probablemente constituían las reservas de la Comunidad esenia.

El hombre de la parábola debe ser un pobre trabajador del campo. Al arar encuentra el tesoro. El hallazgo para él fue una sorpresa. En 1929 un labrador, arando el Tell de Ras-Shamra, descubrió una tumba... ¡Era el principio del descubrimiento sensacional de la antigua Ugarit con sus tesoros arqueológicos...!

Habiéndolo encontrado, el hombre lo ocultó nuevamente, era lo normal. En esa forma, el tesoro continuaba siendo parte del campo y permanecía seguro.

Y ahora viene la palabra clave de la parábola:

"y en su alegría va y vende todo lo que tiene y compra el campo aquel".

Gramaticalmente tenemos una sucesión de presentes históricos; de ellos podemos concluir que el redactor del primer Evangelio encuentra esta parábola en la tradición evangélica antigua.

La alegría desbordante de haber encontrado un tesoro impulsa al labrador a desprenderse de todo para poder adquirir el campo. Todo le parece sin valor en comparación de aquel hallazgo.

¡Así sucede con el Reino de los Cielos! Quien lo encuentra se ve inundado de una alegría tal que lo impulsa hasta el sacrificio absoluto de sí mismo y de todo lo personal.

Salvador Carrillo Alday M.Sp.S. LAS PARÁBOLAS DEL EVANGELIO. pág. 63-64. México, LA CAMPANA. IPB 2011