Esta parábola es propia de Mateo.
"Semejante es el
Reino de los Cielos a un tesoro escondido en el campo, que un hombre,
habiéndolo encontrado, lo volvió a esconder, y, en su alegría, va y vende todo
lo que tiene y compra el campo aquel": 13,44.
El caso de tesoros escondidos era común en la antigüedad, y
siempre provocó el interés y el entusiasmo. Durante las excavaciones del
Monasterio de Qumran (1955) se encontraron dos pequeñas ollas de barro que
contenían unas 600 monedas de plata. ¡Era un tesoro escondido! Probablemente
constituían las reservas de la Comunidad esenia.
El hombre de la parábola debe ser un pobre trabajador del
campo. Al arar encuentra el tesoro. El hallazgo para él fue una sorpresa. En
1929 un labrador, arando el Tell de Ras-Shamra, descubrió una tumba... ¡Era el
principio del descubrimiento sensacional de la antigua Ugarit con sus tesoros
arqueológicos...!
Habiéndolo encontrado, el hombre lo ocultó nuevamente, era
lo normal. En esa forma, el tesoro continuaba siendo parte del campo y
permanecía seguro.
Y ahora viene la palabra clave de la parábola:
"y en su alegría
va y vende todo lo que tiene y compra el campo aquel".
Gramaticalmente tenemos una sucesión de presentes históricos;
de ellos podemos concluir que el redactor del primer Evangelio encuentra esta
parábola en la tradición evangélica antigua.
La alegría desbordante de haber encontrado un tesoro impulsa
al labrador a desprenderse de todo para poder adquirir el campo. Todo le parece
sin valor en comparación de aquel hallazgo.
¡Así sucede con el
Reino de los Cielos! Quien lo encuentra se ve inundado de una alegría tal que
lo impulsa hasta el sacrificio absoluto de sí mismo y de todo lo personal.
Salvador Carrillo Alday M.Sp.S. LAS PARÁBOLAS DEL EVANGELIO. pág. 63-64. México, LA CAMPANA. IPB 2011
Salvador Carrillo Alday M.Sp.S. LAS PARÁBOLAS DEL EVANGELIO. pág. 63-64. México, LA CAMPANA. IPB 2011