miércoles, 10 de julio de 2019

RAÍCES BÍBLICAS DEL BAUTISMO (quinta parte)



    4. “El bautismo nos transforma en templos donde habita el Espíritu Santo”; el bautismo nos convierte en morada donde habita Dios. Dios habita en nosotros; somos templos del Espíritu Santo. 
      Dos textos que avalan estas palabras tan bellas: “’¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”. (1ª Co 3,16).
      Y luego una cosa mucho más impactante. San Pablo sabe que el ser humano tiene espíritu y cuerpo, alma y cuerpo; tenemos parte espiritual y parte material. La parte espiritual se nos escapa, es más fácil conocer nuestro cuerpo. Conocer nuestra alma, nuestro espíritu, óigame. Gracias a nuestra alma vivimos, sabemos lo que somos. Pero conocer qué es nuestra alma no es tan fácil como conocer y destazar el cuerpo para ver que hay ahí dentro. ¿Un cáncer incurable? Pues ciérrele y que se muera cuanto antes, no queda otra. Y en esta bella palabra dice san Pablo: “¿No sabéis que vuestro cuerpo?”, no dice vuestra alma, vuestro espíritu, sino se atreve a subrayar: “¿no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que estás en vosotros, que habéis recibido de Dios y que por lo tanto no os pertenecéis?”. Imagen, analogía. Un hijo podrá decir “yo me pertenezco a mí mismo, yo no pertenezco a mis padres? Pues no. En el fondo, fondo, fondo, dice “yo soy de mis papás”; en el fondo, fondo, fondo, no nos pertenecemos, somos de Dios.
     5. Y este tema es más difícil. ¿Conocen los injertos?un injerto es metido en el tronco de un árbol, y el injerto vive con la vida del tronco del árbol. ¿Verdad? Y saben que el bautismo nos injerta en Jesús que muere, no en Jesús muerto, sino en Jesús que está muriendo; y al mismo tiempo el bautismo nos injerta en Cristo resucitado, que no solamente nos injerta en Cristo resucitado sino en Cristo glorificado a la diestra del Padre. Nosotros estamos metidos en Cristo que esta muriendo, estamos metidos en Cristo resucitado  y estamos metidos en Cristo glorificado a la diestra del Padre. ¿Cómo puedo estar metido al mismo tiempo en Cristo que está muriendo, en Cristo resucitado y en Cristo glorificado? No entiendo, pero lo “creo” y lo admito y lo quiero. Somos un misterio, y la palabra de Dios, el Nuevo Testamento lo dice clarito: Col 2,12, hasta sepultados: “Sepultados con Cristo en el bautismo, con él también habéis resucitado, porque creéis en la acción de Dios que lo resucitó de entre los muertos”. Estamos en la cruz muriendo con él; estamos sepultados con él; estamos resucitados con él. Y el apóstol Pablo fue todavía más audaz y en Ef 2,6 dice “con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús”. Jesús está sentado a la derecha del Padre, una imagen, y nosotros estamos injertados en Cristo Jesús, allí estamos. Me dirán ustedes, “oiga, pues yo no lo siento”. Yo le digo, “yo tampoco”, pero así es: Estamos llamados a estar sentados en la gloria con Cristo Jesús gracias a la gracia del bautismo.

    Sexto punto: El bautismo nos introduce en lo que llamamos misteriosamente la comunidad de creyentes, en otras palabras, lo que llamamos iglesia. No el Papa, no los obispos, no los sacerdotes, sino la comunidad creyente. El bautismo nos hace entrar en la comunidad de creyentes que en griego se dice iglesia. Y a esta comunidad de creyentes se le llama también el Cuerpo de Cristo; a esta comunidad de creyentes se le llama también el pueblo de Dios. Pues bien el bautismo nos hace entrar en la Iglesia, comunidad de creyentes; nos hace entrar en el pueblo de Dios; nos hace ser miembros del Cuerpo de Cristo.
    La 1ª Pe dice: “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de ls tinieblas a su luz admirable..:” El bautismo nos marca con un sello indeleble, afortunadamente, es lo que llamamos el carácter bautismal, el sello bautismal. Estamos sellados. Me parece que hay algún tatuaje nuevo que ya se puede hacer desaparecer, verdad, pero los tatuajes antiguos imposible. Tatuados para toda la vida. Perdonen la imagen, la comparación; pero el bautismo es nos imprime un carácter como un tatuaje que nos dice “ésta criatura es de Dios”, soy de Dios. Y es una garantía tremendísima porque el día de nuestra muerte cuando nos encontremos ante Dios él va a decir – a pesar de nuestros pecadazos -; “oye, pero si este es mío, dice soy de Dios”. El bautismo nos imprime tal sello indeleble que nos hace pertenencia de Dios, y solamente si yo renuncio a ser pertenencia de Dios, Dios dice está bien, vete al fuego calientito del infierno (risas); renuncias al grande don que yo te di, eres libre, pero sábete que fuiste marcado para siempre como propiedad de Dios. Pero habéis sido lavados, pero habéis sido santificados, pero habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.
    El número 7 de sus apuntes dice: Según el rito del bautismo, cuando termina la ceremonia del bautismo, se hace esa participación. A la criaturita se le dice “eres rey con Cristo, porque Cristo es Rey por el Reino de Dios; eres profeta porque debes hablar de las cosas de Dios; eres sacerdote porque debes darle culto a Dios.”
    Para terminar una última pregunta y una oración: Finalmente una pregunta se impone. ¿Cuándo fue la institución del sacramento del bautismo cristiano? El bautismo de Jesús en el Jordán fue un anuncio y prefiguración de nuestro bautismo. Pero el bautismo propiamente cristiano, que recibimos, fue inaugurado después de la resurrección de Jesús. Si el bautismo es estar metidos en Cristo que muere y en Cristo sepultado, en Cristo resucitado y en Cristo glorificado, entonces el bautismo cristiano fue instituido después de la pascua total de Jesús. ¿Por qué? Porque es una inserción en Cristo que muere, que resucitó y que es glorificado. De tal manera que podemos decir: Anunciado nuestro bautismo en el bautismo de Jesús, fue instituido por Jesús o el día de Pentecostés o también según algunos Padres, cuando Jesús estaba muerto en la cruz, el centurión le abrió el costado y brotó sangre y agua. Y los Padres vieron simbolizada en el agua el agua del bautismo, y en la sangre la sangre de la Eucaristía. Pero aún cuando haya sido en ese momento, Jesús estaba ya resucitado  y glorificado.
    Quiero terminar con una oración. No basta, no basta nada más saber qué es el bautismo, porque ni lo entendemos. Lo que es urgente, o más urgente, es pedirle al Señor en un día como éste y en una circunstancia como ésta que nos conceda la gracia de comprender y de vivir la gracia del bautismo. A mí no me gusta mucho hablar de “voy a renovar mi bautismo”, porque yo no me bauticé; yo fui bautizado por Jesús. Jesús es el que bautiza con Espíritu Santo. Fuimos bautizados. Entonces, más que renovar yo mismo, más que renovar yo mismo mi bautizo, “yo renuevo mi bautismo”, yo le pido a Jesús que renueve él nuestro bautismo en nosotros. Jesús dijo: “Juan bautizó con agua, yo los bautizaré con Espíritu Santo”. Y Juan mismo decía: “Yo bautizo con agua, pero después vendrá uno que es mayor que yo, y él os bautizará con Espíritu Santo”.
     Por eso la oración es: “Jesús, lleno del Espíritu Santo que el Padre te comunicó, y del que estás lleno en tu naturaleza humana glorificada. Dígnate Jesús renovar en cada uno de nosotros, en mí, en cada uno de nosotros, el bautismo en el Espíritu Santo con que quisiste bautizarnos. Jesús, si renuevas ese bautismo en mí, perdona mis pecados; comunícame vida divina; hazme santuario donde habite la Trinidad; úneme a ti Jesús que mueres, que has resucitado, que estás glorificado. Renueva en mí mi pertenencia a la Iglesia que es tu Cuerpo. Y sobre todo ten en cuenta que soy pertenencia tuya Jesús y que estoy llamado contigo para gozar plenamente de Dios por toda la eternidad. Amén”.

*Conferencia del P. Carrillo sobre el tema,  disponible en cd en el IPB-SCA.