La palabra de Dios ha querido Él que quede escrita por
el Espíritu Santo en este libro. Esta Palabra en sí misma es operante y eficaz
porque es Palabra de Dios, pero de qué sirve esta palabra de Dios que en sí
misma es operante y eficaz, cuando está en un atril adornando la
casa, pero no leída ni vivida. Es palabra de Dios pero tristemente como Palabra
medio muerta, porque teniendo virtualidades de vida y de transformación, al no
ser leída, al no ser acogida, al no ser recibida, y al no ser proclamada,
permanece, según en lenguaje de San Pablo, como letra muerta.
Pero si la Palabra
de Dios que es Santa, inspirada, transformante, la leemos, la
estudiamos, la acogemos, la hacemos vida y la proclamamos, entonces esta palabra de Dios de la Escritura
Sagrada llega a la plenitud de vida.
La transformación de la vida, no es de la noche a la
mañana o de la tarde a la noche, Dios no obra así. Obra lentamente, poco a
poco. La Palabra de Dios en San Mc. 4,
26 a 29 hay una parábola de Jesús, tal vez de las más hermosas que hayan
brotado de los labios divino humanos de Jesús.
Esta Parábola habla del Reino de Dios, pero la
aplicaremos a la Palabra de Dios. La palabra de Dios, escuchada, acogida,
recibida, vivida, y proclamada es como ese grano de trigo que cae en tierra.
Parábola de la semilla que crece por sí sola. El
labriego lanzó la semilla, pero la semilla es la Palabra de Dios, que cayó en
tierra buena. Crece la hierba y apunta la espiga, después trigo abundante en la
espiga y cuando está madura se le mete la hoz porque ha llegado el tiempo de la
siega.
Pero no es fácil que la Palabra de Dios produzca
fruto, el grano de trigo tiene vigor vital, pero no tiene voluntad, por lo
tanto la semilla puede caer y si las condiciones son favorables producirá
fruto, pero la Palabra en nosotros no necesariamente producirá su fruto.
¿Cuál es nuestra hermosa y pobre situación humana?;
que la semilla puede caer y no automáticamente producir su fruto porque el ser
humano está dotado por Dios de libertad personal para recibir, acoger, producir
fruto o rechazar. Si por una parte parecería que pobres de nosotros y
¡bienaventurado! el grano de trigo, en definitiva ¡qué grande es el ser humano!
a quien Dios le ha hecho partícipe de su libertad para poder decir si o no a la
palabra de Dios. Bella responsabilidad humana.
*** Las tres últimas publicaciones las pronunció el P.
Carrillo en la introducción al curso de Jesús de Nazaret impartido durante el
año escolar 2005-2006.