CONCLUSIÓN
Habiendo
recibido el don del Espíritu Santo en el bautismo, no cesa de asistirnos
constantemente en diferentes ocasiones de nuestra vida y de conducirnos por los
senderos de la vida cristiana y hacernos crecer en santidad. Por parte de Dios
, no nos faltan los auxilios para conquistar las cumbres de la santidad, y está
en nosotros que los aprovechemos con la gracia de Dios mismo.
La vida divina, las virtudes teologales
(fe, esperanza y caridad) y las demás virtudes cristianas pueden ir creciendo
en nosotros:
1º Mediante la acción constante y soberana del Espíritu Santo,
que habita en nosotros.
“El que beba del agua que yo le daré no
tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua
brotante de vida eterna” (Jn4,14).
El
Espíritu Santo es quien nos hace santos.
2º Mediante la lectura asidua y la oración con la Palabra de
Dios, que ilumina,
purifica,
sana y comunica vida:
“Lámpara es tu palabra
para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119,105).
“Vosotros estáis ya
limpios gracias a la Palabra que os he anunciado” (Jn 15,3)
“Las palabras que yo os
he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6,63).
Hay que leer la Biblia, no sólo con la convicción de que es Palabra de Dios, sino dándonos cuenta de que
nos invita constantemente a la conversión=volver a Dios, y nos dirige
espiritualmente a la santidad. La Biblia, principalmente el Nuevo Testamento es
un libro de dirección espiritual que el Espíritu Santo nos ha dado y lo han
puesto en nuestras manos para conducirnos por los caminos de la perfección: “Vosotros, pues, sed perfectos, como es
perfecto vuestro Padre celestial”. (Mt. 5,48).
3º Mediante la recepción frecuente de
la Eucaristía”:
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna. Mi carne es verdadera
comida y mi sangre verdadera comida. Él permanece en mí y yo en él” (Jn
6,63).
La Eucaristía es el contacto máximo con Jesús. A Jesús se le
conoce en las Escrituras y se le
encuentra en la fracción del pan
4º
Mediante la búsqueda de la voluntad de Dios y nuestra conformidad con
ella,
a la manera de Jesús:
“Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su
obra”.
Jn. 4,34; cfr.6,38-40). “El que me envió está conmigo; no me ha
dejado sólo,
porque yo hago siempre las cosas que le agradan”. (Jn.8,29)
5º
Mediante una vida asidua de “oración personal”, que consiste no
solamente
en rezo o meditación, sino
sobre todo en “la elevación de la mente a Dios” y
la unión con él, en un diálogo
mutuo de amor.
Orar no es rezar. Orar es conversar con una persona que se sabe
presente.
Si no se experimenta presente, se
sabe que está presente y se le puede
dirigir confiadamente la
palabra.
Rezar: es recitar una serie de
oraciones hechas.
6º
Mediante la práctica y el crecimiento de la gracia:
“Creced en la gracia y en el
conocimiento de Nuestro Señor y Salvador,
Jesucristo”
(2P3,18);
de las virtudes teologales:
fe esperanza y caridad,
de las virtudes
cristianas.
7º. Mediante el ejercicio fiel y
constante de los carismas que el Espíritu Santo
comunica para el bien
común: construir el mundo y edificar la Iglesia.
Nuestra
correspondencia a la gracia divina y nuestra incesante y humilde colaboración
personal son elementos necesarios e indispensables para el progreso en la
santidad.