jueves, 1 de octubre de 2015

17. El ciego de Jericó (Mc 10,46-52; Mt 20,29 34; Lc 18,35-43).

       Después de impartir diversas enseñanzas (Mc 9,33-10,31) Jesús —camino a Jerusalén— hace el tercer anun­cio de su pasión y resurrección: "Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, pero a los tres días resucitará" (Mc 10,33-34).

       En seguida, con motivo de la petición que Santiago y Juan le hacen para ocupar en la gloria su derecha y su izquierda, Jesús les da una instrucción sobre el "servicio", terminando con una frase preañada de sentido: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45).
Y en eso:
46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, Bartimeo (el hijo de Timeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: "¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!" 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!".
Jesús llega a Jericó. Lucas aprovecha la oportunidad para narrar la conversión de Zaqueo, que termina con una frase grandiosa de salvación universal: "El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,1-10).
Luego sale de la ciudad y se encamina a Jerusalén para llevar a cabo la realización plena de su misión. Va con sus discípulos y con una gran muchedumbre. Se tiene la impresión de un cortejo triunfal. De pronto aparece en escena Bartimeo, un mendigo ciego, sentado junto al camino.
Mateo habla de dos ciegos; Lucas ha colocado el episodio a la entrada de Jericó, y ha organizado el relato con una estructura quiástica, centrada en el grito del ciego: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!".
Al enterarse por la algarabía de la muchedumbre que era Jesús de Nazaret quien pasaba, Bartimeo comenzó a gritar: "Hijo de David, Jesús, ten, compasión de mí!" . Este grito parece anunciar ya las aclamaciones mesiánicas de la multitud, el día de las Palmas, y las controversias con los fariseos acerca del Mesías "hijo o Señor de David" (Mc 11,10; 12,85-37).
A los reclamos para que se callara, Bartimeo gritaba con mayor fuerza. El tenía fe en Jesús y sentía que podía sanarlo.
49 Jesús se detuvo y dijo: "Llamadle". Llaman al ciego, diciéndole: "¡Animo, levántate! Te llama". 50 Y él, arrojan­do su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 51 Jesús dirigiendose a el, le dijo: "¿Qué quieres que te haga?" El ciego le dijo: "Rabbuní, ¡que vea!" 52 Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado ". Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
Jesús se detiene, manda llamar al ciego. En medio de aquella apoteosis, Jesús tiene tiempo para Bartimeo, un pobre ciego. Sí, él ha venido para los enfermos y los pecadores.
Bartimeo avienta su manto y, superando los obstácu­los de su ceguera, salta y se llega a Jesús. Este bien conocía la ceguera de aquel hombre, pero quiere escuchar de sus propios labios la necesidad más apremiante y el deseo más urgente de su vida.
  "¿Que quieres que te haga ?"
  "Rabbuní ¡que yo vea!"
  "¡Vete, tu fe te ha salvado! ".
"Rabbuní" = "Maestro mío", es un título más solemne que el simple "Rabbí" y empleado con frecuencia para dirigirse a Dios (Jn 20,16). "¡Que yo vea!". Lo que aquel hombre más ambiciona es la luz de sus ojos. Y Jesús le concede al instante la vista.
Mateo dice que "Jesús, movido a compasión, tocó sus ojos, y al instante recobró la vista ". Marcos agrega: "Y le seguía por el camino". La fe no sólo lo ha salvado-sanado, sino que lo impulsa a seguir a Jesús, convirtiéndolo en su discípulo. ¡Cuántas veces una sanación no es sino el llamamiento para una conversión, un cambio de vida, y un seguimiento en pos de Jesús. La vida le ha cambiado!
Lucas subraya que el ciego "le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios". Lucas no se cansa de inculcar en sus lectores el deber, la necesidad y la alegría de dar gloria a Dios por sus obras de misericordia y compasión.
         Con este milagro que es un paso de la ceguera a la visión, y de las tinieblas a la luz— colocado después del tercer anuncio de la pasión-resurrección de Jesús, y de la afirmación categórica sobre el seivicio de "dar su vida en redención de muchos", y antes de emprender su subida definitiva a Jerusalén, el evangelista quiere enfatizar la necesidad absoluta y apremiante de abrir los ojos y con­templar con mirada de fe cuanto va a acontecer con Jesús en los próximos días: sera la culminación de su misión redentora.
El milagro del ciego de Jericó es como un evangelio en miniatura, pues comprende: fe, proclamación, en­cuentro personal con Jesús, súplica, liberación y segui­miento de Jesús. Es también modelo acabado del anhelo de salvación que bulle en el corazón del hombre sumido en el sufrimiento, en la enfermedad y en la pobreza.
        El ciego Bartimeo, por su parte, una vez iluminado, se transforma en discípulo que sigue a Jesús, —como un discípulo a su maestro—, en su subida a Jerusalén y en su camino a la cruz, que es instrumento de liberación total.
        El relato acusa un origen judío-cristiano, y posee fuerte colorido bautismal: el paso de la oscuridad a la luz, y el tránsito de la inactividad al seguimiento activo en pos de Jesús.
         En una lectura hermenéutica, actualizante, pode­mos ver en el ciego la situación de todo marginado, a quien la sociedad quiere tener callado, pero cuya esperan­za lo lanza a seguir suplicando, Jesús actúa contra la actitud de los circunstantes y otorga gratuitamente al ciego la vista que tanto deseaba, liberándolo de las tinie­blas en que vivía.

ACTUALIZACION

Jesús de Nazaret, Hijo de David! Aquí estoy pobre y ciego,
sentado a la vera del camino de mi vida, nada puedo hacer,
mi ceguera me lo impide.
Detente Jesús, ante mi miseria, que quiero ver.
Compadécete de mí, Dame la luz, Maestro mio.
Llénate de misericordia y toca mis ojos.
Gracias, Jesús por lo que me has dado.
Quiero seguirte y ser discípulo tuyo.
Yo te alabo y te bendigo . Amén