La sanación del hijo de un funcionario regio tiene parecido con la
curación del siervo de un centurión romano, narrada por Mateo y Lucas (Mt
8,5-13; Lc 7,1-10). Ambas curaciones acaecieron en Cafarnaúm, sólo que en la
primera Jesús estaba a unos 40 kilómetros de distancia. Discuten los especialistas
si se trata del mismo caso o son diferentes. Tal vez, con mayor probabilidad,
es cuestión de acontecimientos diversos.
4,46
Llegó, pues, nuevamente a Cana de Galilea, donde había hecho el agua vino.
Había un funcionario regio, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. 47
Este, habiendo oído que Jesús venía de. Judea a Galilea, fue donde él y le
pedía que bajara y curara a su hijo, pues estaba a punto de morir. 48
Díjole, pues, Jesús: "Si no veis signos y prodigios, no creéis".
Jesús se encuentra en Caná, donde había
obrado el primer signo: la conversión del agua en vino. El evangelista,
economizando detalles, presenta solamente a Jesús y a un funcionario público,
llamado "basilikós". Este era un oficial gentil, cercano tal vez al
rey Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, pero muy probablemente al servicio de
Roma.
El
funcionario tiene a su hijo muy enfermo en Cafarnaúm, aldea que está a unos 40
kms de distancia, con un desnivel de 500 metros de altura. Ha oído acerca de
Jesús, y la fe ha brotado en su corazón. Va al encuentro de Jesús que regresa
de Judea y con insistencia le ruega que baje a Cafarnaú. Si el padre pide la
sanación de su niño, es porque tiene fe.
Jesús escucha, pero, superando el gesto
sencillo y lleno de angustia de aquel padre, pasa a un plano diferente. Sólo
así se explica su respuesta enérgica que, más que rechazo, es invitación para
pasar a una fe mucho más profunda.
La palabra dura de Jesús, trasladada a estilo directo, equivale a decir:
"¡Creed! aun cuando no veáis ni signos ni prodigios". Se trata, pues,
de un llamado exigente a una fe vigorosa y pura, que no se apoye sólo en
milagros sino que se finque directamente en la persona de Jesús (cf Jn 20,29).
La respuesta del Señor supera, pues, los alcances de la petición del oficial,
el cual es como representante de una colectividad.
49 Le dice el funcionario regio: "¡Señor, baja antes de que muera mi
niño!" 50a Dícele Jesús: "¡Anda, tu hijo vive!".
El funcionario, sin arredrarse ante la
desconcertante palabra de Jesús, insiste. Su insistencia revela ya un afianzamiento
o crecimiento en la fe. Ante la actitud perseverante de aquel hombre, Jesús
accede y otorga a distancia el favor solicitado.
Pero hay que poner atención al lenguaje empleado por Jesús. El Señor
no le dice: "Tu hijo ha sanado", sino "¡Anda, tu hijo VIVE!". En este "vive" hay un sentido profundo. Este "vive" se opone al "morir" de los v.47.49, y es como un estribillo
repetido hasta tres veces (v.50.51.58). En este relato están en juego dos ideas:
"morir y vivir", "muerte y vida". Pues bien, Jesús es el
dador de la vida.
50b
Creyó el hombre en la palabra que le dijo Jesús e iba de camino. 5¡ Ya cuando él bajaba, sus siervos le
scdieron al encuentro, diciéndole: "Tu niño xiive". 52 Les preguntó luego la hora en que se
había puesto mejor y le dijeron: "Ayer, a la hora séptima, lo dejó la
fiebre". 5y Conoció entonces el padre que en aquella hora fue cuando Jesús le
dijo: "Tu hijo vive". Y creyó él y su casa entera.
Aquel buen hombre "creyó en la
palabra" de Jesús y se marchó. Si había llegado movido por la fe, ahora
regresaba con una fe mucho más viva y robusta. En efecto, una cosa es creer que Jesús hace milagros, pues éstos se ven y se palpan. Un segundo paso es
creer en su palabra, pues el resultado puede no
ser tan evidente. Y
el tercer grado es
creer directamente en Jesús, es decir, en su persona (cf Jn 14,1).
Al ir bajando hacia Cafarnaúm se encontró
con sus criados que habían subido a buscarlo a fin de comunicarle la buena
noticia de que su hijo ya estaba bien. El evangelista, según su costumbre,
precisa la hora de los acontecimientos: fue la hora séptima, es decir, la una
de la tarde. Así, la palabra de Jcsiís y el momento de la curación del niño
habían coincidido. Además, no hay que olvidar que el número siete es símbolo de
plenitud. Es la plenitud de los tiempos mesiánicos (cfjii 4,35).
El resultado de aquel maravilloso
acontecimiento fue que el funcionario con sus familiares, sus amigos, sus
allegados creyeron en Jesús. Por semejanza al final del primer signo, donde se
dice que "sus
discípulos creyeron en él" (2,11), se puede deducir también aquí que la fe de aquella familia
tuvo como término la persona misma de Jesús: "Creyó él y toda su caso" en Jesús.
Este pasaje evangélico es una
evangelización e invitación poderosa a un crecimiento en la fe. Juan termina su narración
relacionando este
prodigio-signo con el
primer signo realizado también en Caná de
Galilea: "Esto
hizo de nuevo Jesús como segundo signo cuando regresó de Judea a Galilea".
ACTUALIZACION
¡Señor Jesiís, fuente y manantial de vida! Dame una fe vigorosa en ti,
y realiza en mí un prodigio: comunícame tu vida para vivir de ti y líbrame de todo
peligro de muerte eterna. Concédeme buena salud; y que ella sea signo sensible
de la vida eterna que me has regalado. Amén.