sábado, 11 de junio de 2016

4. El ciego de nacimiento (Jn 9,1-41).


PRIMERA PARTE.

La historia del ciego de nacimiento es una obra maestra del genio literario de san Juan. Su potencial dramático alcanza una muy elevada cumbre. Este relato emerge como una de las páginas más hermosas del evan­gelio. Como los otros milagros del Cuarto Evangelio, la curación del ciego de nacimiento es un "signo" cargado de simbolismo. Por más de un detalle, este acontecimien­to recuerda la curación de Naamán, realizada por el profeta (2R 5). Jesús es un nuevo Elíseo.
El drama se desarrolla en siete actos, dispuestos en una estructura concéntrica.

1a La curación del ciego (v.1-7).
9,1 Y al pasar vio a un hombre ciego de nacimiento. 2 Y le preguntaron sus discípulos diciendo: "Rabbí, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?" 3 Respondió Jesús: "Ni éste pecó, ni sus padres; sino para que se mani­fiesten las obras de Dios en él. 4 Nos es preciso obrar las obras del que me envió mientras es de día; viene la noche, cuando nadie puede obrar". 5 Mientras estoy en el mundo, Luz soy del mundo.
Jesús ha salido del Templo, tal vez por la escalinata sur que mira hacia Siloé. Al ir caminando, encuentra a un ciego de nacimiento. A la vista del enfermo, los discípulos interrogan al Maestro partiendo de la creencia popular judía, según la cual la enfermedad es consecuencia de los pecados personales (Lc 13,2); y en caso de que un recién nacido sufra de algo, es que está cargando el pecado de sus padres (Ex 20,5; 34,7; Nm 14,18; Dt 5,9).
Jesús supera estas ideas: "Ni éste pecó, ni sus padres". Y va más allá: en el caso de ese ciego, su enfermedad sirve para que se manifiesten en él "las obras de Dios" (5,36; 10,32.37; 11,4; 14,10).
Antes de la curación, Jesús pronuncia una palabra de profundo significado que descubre de antemano el senti­do del milagro. "¡Luz soy del mundo!". Jesús es la Luz del mundo. El es la Palabra luminosa y resplandeciente que estaba en Dios (Jn 1,1); y que ha venido para iluminar a todo hombre que entra en este mundo (Jn 1,9). El es la luz anunciada por el profeta Isaías 42,6.
La curación del enfermo es todo un símbolo de la luz espiritual que Jesús tiene el encargo de proyectar. El ciego pasó de las tinieblas a la luz, no sólo física, sino también espiritualmente. Esa iluminación es una de las obras que el Padre le ha encomendado al Hijo. Algo nuevo, —como sucedió en la primera creación—, ha comenzado con este signo realizado por Jesús-Luz. Ade­más, la vida de Jesús es como un día de trabajo, limitado por la noche de su muerte.
6 Habiendo dicho esto, escupió en tierra e hizo lodo con la saliva y ungió con el lodo sus ojos. 7 Y le dijo: "Anda a lavarte a la piscina de Siloám" (que significa Enviado). Fue, pues, y se lavó, y regresó viendo.
Bien hubiera podido Jesús producir la curación al instante y con una sola palabra. Sin embargo, prefirió en este caso enriquecer el signo con varios elementos.
Es conocido el valor curativo que los antiguos atri­buían a la saliva tratándose de enfermedades de los ojos. Jesús quiso bondadosamente adaptarse a esta práctica popular (cf Mc 7,33; 8,23). Pero ante todo lo que preten­dió fue hacer una acción simbólica al estilo profético, uniendo dos elementos: su saliva, la saliva del Verbo-he­cho-carne; y el polvo, con el que Dios hizo barro y plasmó al primer hombre (Gn 2,7). Se diría que ahora se trata como de una nueva creación. Y con ese lodo "ungió" los ojos del ciego. El simbolismo es manifiesto: él, "el Ungido", se sirve de una unción para obrar el prodigio.
Además, como en otras ocasiones, va a exigir del en­fermo un heroico acto de fe: "¡Anda a lavarte a la piscina de Siloám!". Sí, pero la piscina no está allí cerca, sino que se encuentra al sur de la antigua ciudad de Jerusalén, al pie de la colina del Ofel, cerca de la confluencia del Cedrón y del Tiropeón, a bastante distancia del Templo para un ciego que tiene que descender, paso a paso, hasta llegar.
Junto con esa exigencia de fe, hay un simbolismo en ir a tal piscina. "Siloám", comenta el evangelista con liber­tad etimológica, quiere decir "Enviado"; por tanto, esa piscina lleva uno de los calificativos más característicos de Jesús, "el Enviado” por excelencia (3,17.34; 5,36).

El ciego fue, pues, a la piscina, se lavó y regresó ya viendo. Por primera vez, aquel hombre recibió la luz en sus ojos, gracias a la unción con lodo, hecho de tierra y saliva de Jesús, y al contacto benéfico de las aguas di I Enviado. Las aguas que ofrece la piscina de Siloám son también todo un símbolo del Espíritu Santo, el Agua viva que brota del interior de Jesús (7,37).
2° Comentarios entre los conocidos (v.8-12).
8 Los vecinos, pues, y los que lo conocían antes como un mendigo, decían: "¿No es éste el que se sentaba y pedía limosna?" 9 Unos decían: "Eles". Otros decían: "No, pero se le parece". El decía: "Yo soy". 10 Decíanle, pues: "¿Cómo se te han abierto los ojos?" 11 El respondió: "El hombre llamado Jesús hizo lodo y ungió mis ojos y me dijo: 'Anda a Siloám y lávate'. Una vez que fui y me lavé, vi. 12 Y le dijeron: "¿Dónde está ése?" Dice "No sé".
El ciego era un mendigo que acostumbraba tal vez colocarse en alguna de las puertas del Templo. Su cura­ción causó gran asombro. Para el ciego, -hay que notarlo-, su bienhechor no es en este momento sino "el hombre" bueno y compasivo, a quien llaman Jesús.