jueves, 18 de enero de 2018

I — LOS DOS DEUDORES O LA PECADORA PERDONADA: Lc 7,36-50.

PARABOLAS DE LUCAS
Siguiendo con nuestro estudio sobre las Parábolas, los próximos meses presentaremos un grupo de quince parábolas patrimonio del Tercer evangelio.


I — LOS DOS DEUDORES O LA PECADORA PERDONADA: Lc 7,36-50.
Primera parte: 
¡Trozo admirable sobre el perdón que Dios otorga a los pecadores que se arrepienten! Jesús, el representante de Dios, participa de esta misericordia divina. El cristiano, que sigue las huellas de Jesús, debe también poseer esa piedad compasiva hacia el pecador que quiere volver a Dios.

1.LA PECADORA EN EL BANQUETE: vv. 36-39.

"Un fariseo le rogó (a Jesús) que comiera con él; y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Ha­bía en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfu­me. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: 'Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una peca­dora': vv.36-39.

Un Fariseo, de nombre Simón, invitó a Jesús a comer con el. Se trataba de un banquete, pues el verbo griego "se recostó'" así lo da a entender. Esta invitación supone que lo impresionó de tal manera de llegar a creerlo, en alguna forma, profeta: v. 39. Además, era un acto meritorio el invitar a comer a un pre­dicador transeúnte, particularmente si había tomado parte en la instrucción sinagogal del shabát.

"Una mujer pecadora" de aquella ciudad sabe que Jesús está en casa del Fariseo. Su actitud nos hace pensar que tam­bién ella escuchó a Jesús y fue profundamente conmovida. El tema de sus palabras fue tal vez la misericordia de Dios que perdona al pecador que se arrepiente, aun cuando sus peca­dos hayan sido innumerables.

El término "pecadora" indica que se trataba de una pros­tituta. Lucas no ha querido revelar el nombre de esta mujer. Ciertamente no es María Magdalena de quien hará mención en 8,2; ni menos María la hermana de Lázaro ,que ungió la cabeza de Jesús: Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; o sus pies: Jn 12,1-8, días antes de la pasión.

Tomó, pues, la mujer un frasco de alabastro con perfume y se puso detrás, a los pies de Jesús. Va a dar a Jesús lo que tiene. El perfume, que le ha servido en otras ocasiones para inducir al pecado, quiere ahora emplearlo para expresar su gratitud y su amor.

Jesús se encuentra recostado a la manera oriental. La intención de la mujer era sólo ungir a Jesús pero de pronto sus ojos estallan en lágrimas que bañan los pies del Maestro. No teniendo con que secarlos, desata su cabellera —sin impor­tarle el deshonor que eso significa— y con sus cabellos enjuga las lágrimas; y, llevada de su amor, se atreve a besar los pies de Jesús antes de ungirlos con el perfume. Besar las rodillas o los pies de una persona era signo de una profunda gratitud por un favor recibido. Jesús parece insensible; pero lo ha visto todo y lo ha aceptado todo.

El Fariseo formula en su interior un juicio desfavorable respecto de Jesús: ¡Imposible que sea profeta! Los Profetas conocían el valor moral de las personas con quienes trataban: IR 13,20-32; 2R 5,25-27. Este, de ser profeta, "sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora".

Salvador Carrillo Alday M.Sp.S. LAS PARÁBOLAS DEL EVANGELIO. pags. 137-139  Instituto de Pastoral Biblica. México, 1992