jueves, 27 de septiembre de 2018

EL FARISEO Y EL PUBLICANO: Lc 18,9-14.


La parábola de "El Fariseo y el Publicano" la presenta Lucas después de la parábola del juez injusto y la viuda te­naz, o sea, en el mismo contexto de la oración; sin embargo, los aspectos de la oración, descritos en una y en otra parábola, no son iguales sino complementarios.
El relato presenta un colorido arameo muy marcado. Lu­cas nos ofrece un texto que ha encontrado en la tradición evan­gélica primitiva.
"Dijo también a algunos, que confiaban en sí mismos por­que eran justos y despreciaban a los demás, esta parábola".
Esta introducción redaccional es más severa que lo que indicaría la simple traducción del texto. La razón es porque después del verbo "confiar en sí mismos" está sobreentendi­da la frase "en lugar de confiar en Dios": cf 2 Co 1,9. La traducción exacta es: Dijo además esta parábola "a algunos que ponían su confianza en sí mismos (en lugar de ponerla en Dios) por ser justos, y despreciaban a tos demás". Se trata, pues, de los Fariseos.
"Dos hombres subieron al Templo a orar; uno fariseo otro publicano": v. 10.
En realidad, para ir al Templo se tenía que subir, pues, exceptuando la parte norte, el Templo se hallaba en una co­lina limitada por el torrente Cedrón y por el Tiropeón. 

La hora de la oración era a las 9 de la mañana o a las 3 de la tarde.

 La confrontación de personajes no podía ser más extre­ma:

Un fariseo: el hombre que se cree y se dice justo, bueno, cum­plido con Dios, observante de la Ley. 
Un publicano: el hombre ladrón, colector de impuestos que se aprovecha de su oficio para explotar al público, el hombre fuera de la Ley, el pecador, rechazado por las personas honorables.
"El fariseo, tomando una posición arrogante, oraba así:
"¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como las de-
más personas, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco co-
mo ese publicano. Ayuno dos veces por semana, doy diez-
mo de todo cuanto compro'
": vv
. 11-12.
                                                                                                                      
La oración del fariseo, como se ve, es sólo una acción de gracias, sin incluir petición alguna. Enumera primero los vicios de que se ve preservado, y se atreve a hacer una odiosa
comparación con el publicano que ve allá lejos también en oración. Luego, menciona las obras de supererogación que practica. La Ley sólo ordena el gran ayuno del Día de la Expiación: Lv 16,29; el fariseo se sujeta, además, dos días por semana a ese ejercicio de ascesis.

En cuanto al diezmo, él da de todo cuanto compra; esto no era necesario, pues tratándose de algunas cosas como el grano, el vino, el aceite, tocaba al productor dar el diezmo.
"En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no quería ni alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: 4¡Ten compasión de mí, que soy peca­dor!' ": v. 13.
El publicano, al contrario del fariseo, permanece a lo le­jos y no se atreve a levantar ni sus ojos ni sus manos al cie­lo, sino que, en una actitud de dolor sumo, se golpeaba el co­razón, donde se fragua el pecado, expresando así su más pro­funda contrición.

Se siente al borde de la desesperación. Está hundido. Para alcanzar la misericordia de Dios tendría que dejar su oficio que lo pone a las puertas del pecado, y debería restituir... pe­ro... ¿cómo, cuánto y a quiénes? Por eso sólo deja brotar de su corazón esta plegaria:
"Ten misericordia de
aun cuando soy en tal forma pecador.
Su oración es el comienzo del Salmo 51, el salmo del arre­pentimiento y del perdón.
"Os digo: Este bajó a su casa justificado y aquel no": v. 14a
Este versículo tiene un color semita bien declarado. Si no se tiene en cuenta este fondo arameo, la traducción no po­dría ser exacta.
"Ser justificado" es una forma pasiva cuyo sujeto es Dios. En el Judaísmo tardío, ser justificado significa encontrar justicia, gracia, favor ante Dios: cfr 4 Esdras 12,7. Es interesante notar que en un pasaje pre-paulino se encuentra apuntada la doctrina de la justificación. Esto quiere decir que la doctrina de Pablo está enraizada en el Evangelio de Jesús (J. Jeremías, p.141).
Pues bien, Dios aceptó en definitiva la oración del publi­cano y le otorgó su favor y su gracia. No así al fariseo.
La lección es clara: Dios acepta con los brazos abiertos al pobre, al menesteroso, al pecador que reconoce sus yerros y suplica el perdón con humildad, porque —como está escrito—-"al corazón contrito y humillado, ¡oh Dios! no lo desprecias":
Sal 51,19.
Y JESUS es como Dios: en su gran corazón tienen cabida todos los que con corazón arrepentido acuden a su misericor­dia que no conoce límites.

El v. 14b es una conclusión generalizante', de sabor escatológico: cfr Lc 14,11; Mt 23,12. El futuro pasivo es un apuntar hacia el Juicio definitivo que Dios ejercerá sobre los hombres:
"Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado":  v. 14b. 


Salvador Carrillo Alday M.Sp.S. LAS PARÁBOLAS DEL EVANGELIO. pag. 169-172  México, ISE.MEXICO 1992