sábado, 11 de junio de 2016

4. El ciego de nacimiento (Jn 9,1-41).


PRIMERA PARTE.

La historia del ciego de nacimiento es una obra maestra del genio literario de san Juan. Su potencial dramático alcanza una muy elevada cumbre. Este relato emerge como una de las páginas más hermosas del evan­gelio. Como los otros milagros del Cuarto Evangelio, la curación del ciego de nacimiento es un "signo" cargado de simbolismo. Por más de un detalle, este acontecimien­to recuerda la curación de Naamán, realizada por el profeta (2R 5). Jesús es un nuevo Elíseo.
El drama se desarrolla en siete actos, dispuestos en una estructura concéntrica.

1a La curación del ciego (v.1-7).
9,1 Y al pasar vio a un hombre ciego de nacimiento. 2 Y le preguntaron sus discípulos diciendo: "Rabbí, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?" 3 Respondió Jesús: "Ni éste pecó, ni sus padres; sino para que se mani­fiesten las obras de Dios en él. 4 Nos es preciso obrar las obras del que me envió mientras es de día; viene la noche, cuando nadie puede obrar". 5 Mientras estoy en el mundo, Luz soy del mundo.
Jesús ha salido del Templo, tal vez por la escalinata sur que mira hacia Siloé. Al ir caminando, encuentra a un ciego de nacimiento. A la vista del enfermo, los discípulos interrogan al Maestro partiendo de la creencia popular judía, según la cual la enfermedad es consecuencia de los pecados personales (Lc 13,2); y en caso de que un recién nacido sufra de algo, es que está cargando el pecado de sus padres (Ex 20,5; 34,7; Nm 14,18; Dt 5,9).
Jesús supera estas ideas: "Ni éste pecó, ni sus padres". Y va más allá: en el caso de ese ciego, su enfermedad sirve para que se manifiesten en él "las obras de Dios" (5,36; 10,32.37; 11,4; 14,10).
Antes de la curación, Jesús pronuncia una palabra de profundo significado que descubre de antemano el senti­do del milagro. "¡Luz soy del mundo!". Jesús es la Luz del mundo. El es la Palabra luminosa y resplandeciente que estaba en Dios (Jn 1,1); y que ha venido para iluminar a todo hombre que entra en este mundo (Jn 1,9). El es la luz anunciada por el profeta Isaías 42,6.
La curación del enfermo es todo un símbolo de la luz espiritual que Jesús tiene el encargo de proyectar. El ciego pasó de las tinieblas a la luz, no sólo física, sino también espiritualmente. Esa iluminación es una de las obras que el Padre le ha encomendado al Hijo. Algo nuevo, —como sucedió en la primera creación—, ha comenzado con este signo realizado por Jesús-Luz. Ade­más, la vida de Jesús es como un día de trabajo, limitado por la noche de su muerte.
6 Habiendo dicho esto, escupió en tierra e hizo lodo con la saliva y ungió con el lodo sus ojos. 7 Y le dijo: "Anda a lavarte a la piscina de Siloám" (que significa Enviado). Fue, pues, y se lavó, y regresó viendo.
Bien hubiera podido Jesús producir la curación al instante y con una sola palabra. Sin embargo, prefirió en este caso enriquecer el signo con varios elementos.
Es conocido el valor curativo que los antiguos atri­buían a la saliva tratándose de enfermedades de los ojos. Jesús quiso bondadosamente adaptarse a esta práctica popular (cf Mc 7,33; 8,23). Pero ante todo lo que preten­dió fue hacer una acción simbólica al estilo profético, uniendo dos elementos: su saliva, la saliva del Verbo-he­cho-carne; y el polvo, con el que Dios hizo barro y plasmó al primer hombre (Gn 2,7). Se diría que ahora se trata como de una nueva creación. Y con ese lodo "ungió" los ojos del ciego. El simbolismo es manifiesto: él, "el Ungido", se sirve de una unción para obrar el prodigio.
Además, como en otras ocasiones, va a exigir del en­fermo un heroico acto de fe: "¡Anda a lavarte a la piscina de Siloám!". Sí, pero la piscina no está allí cerca, sino que se encuentra al sur de la antigua ciudad de Jerusalén, al pie de la colina del Ofel, cerca de la confluencia del Cedrón y del Tiropeón, a bastante distancia del Templo para un ciego que tiene que descender, paso a paso, hasta llegar.
Junto con esa exigencia de fe, hay un simbolismo en ir a tal piscina. "Siloám", comenta el evangelista con liber­tad etimológica, quiere decir "Enviado"; por tanto, esa piscina lleva uno de los calificativos más característicos de Jesús, "el Enviado” por excelencia (3,17.34; 5,36).

El ciego fue, pues, a la piscina, se lavó y regresó ya viendo. Por primera vez, aquel hombre recibió la luz en sus ojos, gracias a la unción con lodo, hecho de tierra y saliva de Jesús, y al contacto benéfico de las aguas di I Enviado. Las aguas que ofrece la piscina de Siloám son también todo un símbolo del Espíritu Santo, el Agua viva que brota del interior de Jesús (7,37).
2° Comentarios entre los conocidos (v.8-12).
8 Los vecinos, pues, y los que lo conocían antes como un mendigo, decían: "¿No es éste el que se sentaba y pedía limosna?" 9 Unos decían: "Eles". Otros decían: "No, pero se le parece". El decía: "Yo soy". 10 Decíanle, pues: "¿Cómo se te han abierto los ojos?" 11 El respondió: "El hombre llamado Jesús hizo lodo y ungió mis ojos y me dijo: 'Anda a Siloám y lávate'. Una vez que fui y me lavé, vi. 12 Y le dijeron: "¿Dónde está ése?" Dice "No sé".
El ciego era un mendigo que acostumbraba tal vez colocarse en alguna de las puertas del Templo. Su cura­ción causó gran asombro. Para el ciego, -hay que notarlo-, su bienhechor no es en este momento sino "el hombre" bueno y compasivo, a quien llaman Jesús.



jueves, 26 de mayo de 2016

3. El tullido de Bethesdá (Jn 5,1-18).

SEGUNDA PARTE:

29 "Pero aquel día era shabbat" (v.9b-13).
9b Pero era shabbat aquel día. 10 Decían, pues, los judíos al que había sida curado: "Es shabbat y no te es lícito cargar tu camilla". 11 Mas él les respondió: "El que me sanó, ése me dijo: 'Toma tu camillay camina'". 12 Le preguntaron: "¿ Quién es el hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina'? "13 Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido entre la muchedumbre que había en el lugar.
Cargar algo el día de shabbat era considerado como una violación al reposo sabático exigido por la Ley (Jr 17,19-27; Ne 13,15-22; Mc 2,23-28). Se entabla en seguida una discusión entre el beneficiado y los judíos. El sanado se excusa. No conocía a Jesús. Probablemente en el verbo "no sabía"'el evangelista deposita dos sentidos: el paralítico no sabía efectivamente quién era Jesús, pero menos aún conocía el misterio de su persona. Jesús, para evitar un movimiento popular, se había deslizado entre la muchedumbre.
3° Jesús y el hombre sanado (v.l 4).
14Después de esto, lo encuentra Jesús en el Templo y le dijo:
"Mira, has quedado sano; ya no peques, para que no te
suceda algo peor".
Jesús encuentra en el Templo al ex-tullido. Lo en­cuentra no tanto al azar, sino por un designio providen­cial. El verbo sugiere una búsqueda. La palabra que Jesús le dice al hombre sanado requiere explicación: "Ya no peques, para que no te suceda algo peor".
Jesús parte de la creencia común de que la enferme­dad es consecuencia del pecado (Sal 38,5; 107,17); y esta creencia se deriva a su vez de otro principio bíblico: el dolor entró en el mundo por el pecado (Gn 3,16-19). Siendo así, Jesús no necesariamente estaba atribuyendo la actual enfermedad del tullido a un pecado personal, sino que confirmaba la creencia común: hay una misteriosa conexión general entre pecado y enfermedad.
Luego pasa Jesús a hacerle una exhortación: "No peques, para que no te suceda algo peor". El pecado es una ofensa contra Dios; y quien lo comete sufre una muerte espiritual, que es en sí misma un mal mayor que una parálisis de treinta y ocho años.
4° El ex-tullido y los judíos (v.15-16).
15 Se fue el hombre y anunció a los judíos que Jesús era quien
lo había sanado. 16 Y por eso perseguían los judíos a Jesús:
porque hacía estas cosas en shabbat.
La información que el recién sanado da a los judíos hay que entenderla bien. El de ninguna manera intenta denunciar a Jesús, echando sobre él la responsabilidad de cargar la camilla en shabbat; antes bien, en su gratitud y sencillez, quiere darles a conocer, proclamarles, anunciar­les, hacerles saber, comunicarles una buena nueva: ¡Es Jesús quien lo ha curado!
5° Jesús y los judíos (v.17).
17 Pero Jesús les respondió: "Mi Padre hasta el presente trabaja, y yo trabajo ".
Jesús acostumbraba hacer sus curaciones en shabbat y esto ocasionó en muchas ocasiones la ira de escribas y fariseos, pues suponían que con ello Jesús violaba el des­canso sagrado (Mc 1,21.29; 2,23; 3,6; Lc 13,10-17; 14,1-6).
Pero en las circunstancias presentes el problema se agravó, debido a la respuesta de Jesús: "Mi Padre trabaja hasta el presente; también yo trabajo". En esta palabra, los judíos perciben que Jesús está haciendo dos afirmaciones de alcances trascendentales:
1° Confiesa que él tiene una filiación particular y exclusiva en relación con Dios: que Dios es su Padre y que él es su Hijo. Y como consecuencia de ello, él se estaba haciendo igual a Dios.
2° Jesús no infringe en manera alguna la ley del  shabbat , antes bien la lleva a plenitud, ya que él y Dios están realizando en común una misma obra, así sea shab­bat. La obra que en el presente hace el Padre y que también Jesús realiza es, en las perspectivas del Cuarto Evangelio, "dar vida eterna" a aquellos que el Padre le ha dado (Jn 3,14-17; 4,34; 5,36; 6,37-40; 17,4). Pero, si hace la misma obra que Dios, Jesús se está haciendo igual a Dios.
Conclusión (v.18).
18Por esto, pues, más lo buscaban los judíos para matarlo, porque no sólo violaba el shabbat, sino que también llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios.
Este episodio evangélico, que había empezado por una curación llena de misericordia en favor de un pobre tullido, fue la ocasión para que el evangelista subiera proclamar la filiación divina de Jesús.

          ACTUALIZACION

Jesús, Hijo de Dios! 
¡Casa de misericordia!
Continua realizando con el Padre, 
en tu eterno shabbat,
la obra que él mismo te ha encomendado.
Pronuncia sobre nosotros tu palabra
siempre eficaz y operante: 
sana nuestras debilidades corporales;
levántanos de nuestras parálisis espirituales;
 y, más aún, resucítanos, comunicándonos vida eterna. 
Amén.




sábado, 14 de mayo de 2016

3. El tullido de Bethesdá (Jn 5,1-18).

PRIMERA PARTE:

La sanación del tullido de la piscina de Bethesdá tiene parecido con otras curaciones obradas por Jesús, como la del paralítico de Cafarnaúm (Mc 2,1-12) y la de la mujer encorvada (Lc 13,10-17). Sin embargo, Juan va mucho más allá de la curación, penetrando en el sentido profundo de ese "signo".
El evangelista ha tejido en su narración cinco en­cuentros: Jesús y el tullido (v.5-9); los judíos y el hombre sanado (v.10-13); Jesús y el antes enfermo (v.14); el hom­bre y los judíos (v. 15-16); y Jesús y los judíos (v.17). Los v.1-4 sirven de introducción; y el v.18 es la conclusión.

Introducción: La piscina de Bethesdá (v.1-4).
1 Después de esto, había una fiesta de los judíos y subió Jesús a Jerusalén. 2 Hay en Jerusalén junto a la puerta de las Ovejas, una piscina, llamada en hebreo Bethesdá, que tiene cinco pórticos. 3 En ellos yacía una multitud de enfermos: ciegos, cojos, impedidos, paralíticos, que espera­ban el movimiento del agua, 4 pues un Angel del Señor de tiempo en tiempo bajaba a la piscina y se agitaba el agua; así, el primero que bajaba después de la agitación del agua quedaba sano de cualquier enfermedad en que estuviera aprisionado.
La fiesta a que alude el evangelista puede ser la fiesta de las Siete Semanas (Pentecostés), o la de los Taberná­culos. El nombre de la piscina es "Bet-Jesdá", es decir, "Casa de misericordia".
Al lado oriental de la piscina de los cinco pórticos se pueden ver todavía restos de un santuario pagano con baños medicinales, dedicado a Esculapio, dios de la me­dicina. En aquel lugar se daban cita creencias religiosas envueltas en supersticiones, y acudía allí la gente del pueblo en busca de alivio. Jesús no desdeña entrar a ese lugar y encontrarse con los enfermos. Al obrar la curación de un tullido, se manifestará a los ojos de la fe como la verdadera "Casa de misericordia"'y eficaz sanador de enfer­medad de cuerpo y alma, tanto para judíos como para paganos.
Algunas traducciones, partiendo de ciertos manus­critos, prefieren omitir como inauténtico el v.4. La razón es que la idea de un ángel que comunica propiedades sanadoras al agua es una superstición. Por nuestra parte, teniendo en cuenta otros manuscritos igualmente impor­tantes, creemos que es preferible mantenerlo.
En esta opción, el evangelista, sin pronunciarse so­bre el valor de las creencias populares tejidas sobre aquella piscina, ha querido pasar esa tradición que sirve admira­blemente para su teología: en adelante, no será ya nece­sario esperar el instante preciso en que el agua sea puesta en movimiento, así fuere por un Angel del Señor, ni la sanación estará ya vinculada a esc lugar determinado. Jesús es el verdadero "Enviado del Señor" que entra en acción, y la auténtica "Casa de misericordia" donde se halla la salud y la vida.
1. La curación del tullido (v.5-9a).
5 Había, pues, un hombre allí que tenía treinta y ocho años en su enfermedad. 6 Viéndolo Jesús tendido y conociendo que tenía ya mucho tiempo, le dice: "¿Quieres quedar sano?" 7 Le respondió el enfermo: "Señor, no tengo a nadie que me arroje a la piscina cuando se agita el agua; pues en tanto que llego yo, otro baja antes de mí". 8 Dícele Jesús: "¡Leván­tate, toma tu camilla y camina!" 9a Y al instante quedó sanó el hombre y tomó su camilla y caminaba.
En los pórticos yacía un tullido. Tenía ¡treinta y ocho años! de estar así. Toda una vida. Con esta cifra el evange­lista subraya lo incurable de la enfermedad. Por tanto, la sanación será un "signo" de algo muy importante.
Algunos comentadores recuerdan a este propósito que Israel anduvo errante en el desierto treinta y ocho años, antes de entrar en la Tierra prometida (Dt 2,14). En esta perspectiva, el tullido representa al Pueblo de Israel, para quien ha llegado la hora de entrar en una nueva tierra prometida: la era mesiánica, inaugurada con la venida de Jesús. Pero, para poder entrar en esta nueva Tierra de promisión, se requiere una gracia que sólo viene de Dios.

La descripción pone de manifiesto el sentimiento de compasión de Jesús y su conocimiento sobrenatural. Se teje luego un corto diálogo. Sin exigir acto alguno de fe, Jesús pronuncia una palabra soberanamente eficaz que devuelve al instante la salud al tullido.



jueves, 28 de abril de 2016

2. El hijo de un funcionario regio (Jn 4,46-54).

La sanación del hijo de un funcionario regio tiene parecido con la curación del siervo de un centurión ro­mano, narrada por  Mateo y Lucas (Mt 8,5-13; Lc 7,1-10). Ambas curaciones acaecieron en Cafarnaúm, sólo que en la primera Jesús estaba a unos 40 kilómetros de distancia. Discuten los especialistas si se trata del mismo caso o son diferentes. Tal vez, con mayor probabilidad, es cuestión de acontecimientos diversos.
4,46 Llegó, pues, nuevamente a Cana de Galilea, donde había hecho el agua vino. Había un funcionario regio, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. 47 Este, habiendo oído que Jesús venía de. Judea a Galilea, fue donde él y le pedía que bajara y curara a su hijo, pues estaba a punto de morir. 48 Díjole, pues, Jesús: "Si no veis signos y prodigios, no creéis".
Jesús se encuentra en Caná, donde había obrado el primer signo: la conversión del agua en vino. El evange­lista, economizando detalles, presenta solamente a Jesús y a un funcionario público, llamado "basilikós". Este era un oficial gentil, cercano tal vez al rey Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, pero muy probablemente al servicio de Roma.
El funcionario tiene a su hijo muy enfermo en Cafarnaúm, aldea que está a unos 40 kms de distancia, con un desnivel de 500 metros de altura. Ha oído acerca de Jesús, y la fe ha brotado en su corazón. Va al encuentro de Jesús que regresa de Judea y con insistencia le ruega que baje a Cafarnaú. Si el padre pide la sanación de su niño, es porque tiene fe.
Jesús escucha, pero, superando el gesto sencillo y lleno de angustia de aquel padre, pasa a un plano diferen­te. Sólo así se explica su respuesta enérgica que, más que rechazo, es invitación para pasar a una fe mucho más profunda.
La palabra dura de Jesús, trasladada a estilo directo, equivale a decir: "¡Creed! aun cuando no veáis ni signos ni prodigios". Se trata, pues, de un llamado exigente a una fe vigorosa y pura, que no se apoye sólo en milagros sino que se finque directamente en la persona de Jesús (cf Jn 20,29). La respuesta del Señor supera, pues, los alcances de la petición del oficial, el cual es como representante de una colectividad.
49 Le dice el funcionario regio: "¡Señor, baja antes de que muera mi niño!" 50a Dícele  Jesús: "¡Anda, tu hijo vive!".
El funcionario, sin arredrarse ante la desconcertante palabra de Jesús, insiste. Su insistencia revela ya un afian­zamiento o crecimiento en la fe. Ante la actitud perseve­rante de aquel hombre, Jesús accede y otorga a distancia el favor solicitado.
Pero hay que poner atención al lenguaje empleado por Jesús. El Señor no le dice: "Tu hijo ha sanado", sino "¡Anda, tu hijo VIVE!". En este "vive" hay un sentido pro­fundo. Este "vive" se opone al "morir" de los v.47.49, y es como un estribillo repetido hasta tres veces (v.50.51.58). En este relato están en juego dos ideas: "morir y vivir", "muerte y vida". Pues bien, Jesús es el dador de la vida.
50b Creyó el hombre en la palabra que le dijo Jesús e iba de camino. Ya cuando él bajaba, sus siervos le scdieron al encuentro, diciéndole: "Tu niño xiive". 52 Les preguntó luego la hora en que se había puesto mejor y le dijeron: "Ayer, a la hora séptima, lo dejó la fiebre". 5y Conoció entonces el padre que en aquella hora fue cuando Jesús le dijo: "Tu hijo vive". Y creyó él y su casa entera.
Aquel buen hombre "creyó en la palabra" de Jesús y se marchó. Si había llegado movido por la fe, ahora regresaba con una fe mucho más viva y robusta. En efecto, una cosa es creer que Jesús hace milagros, pues éstos se ven y se palpan. Un segundo paso es creer en su palabra, pues el resultado puede no ser tan evidente. Y el tercer grado es creer directamente en Jesús, es decir, en su persona (cf Jn 14,1).
Al ir bajando hacia Cafarnaúm se encontró con sus criados que habían subido a buscarlo a fin de comunicarle la buena noticia de que su hijo ya estaba bien. El evange­lista, según su costumbre, precisa la hora de los aconteci­mientos: fue la hora séptima, es decir, la una de la tarde. Así, la palabra de Jcsiís y el momento de la curación del niño habían coincidido. Además, no hay que olvidar que el número siete es símbolo de plenitud. Es la plenitud de los tiempos mesiánicos (cfjii 4,35).
El resultado de aquel maravilloso acontecimiento fue que el funcionario con sus familiares, sus amigos, sus allegados creyeron en Jesús. Por semejanza al final del primer signo, donde se dice que "sus discípulos creyeron en él" (2,11), se puede deducir también aquí que la fe de aquella familia tuvo como término la persona misma de Jesús: "Creyó él y toda su caso" en Jesús.
Este pasaje evangélico es una evangelización e invi­tación poderosa a un crecimiento en la fe. Juan termina su narración relacionando este prodigio-signo con el pri­mer signo realizado también en Caná de Galilea: "Esto hizo de nuevo Jesús como segundo signo cuando regresó de Judea a Galilea".
                                                                      ACTUALIZACION

¡Señor Jesiís, fuente y manantial de vida! Dame una fe vigorosa en ti, y realiza en mí un prodigio: comunícame tu vida para vivir de ti y líbrame de todo peligro de muerte eterna. Concédeme buena salud; y que ella sea signo sensible de la vida eterna que me has regalado. Amén.




jueves, 14 de abril de 2016

El agua convertida en vino (continuación)

6 Había allí seis tinajas de piedra, puestas para la  purificación de los judíos, que contenían cada una dos o tres medidas. 7 Les dice. Jesús: "Llenad las tinajas de agua ". Y las llenaron hasta arriba. 8 Les dice luego: "Sacad ahora y llevad al maestresala ". Y le llevaron. 9 Así que el maestresala gustó el agua hecha vino (y no sabía de dónde venía, pero los sirvientes que habían sacado el agua sabían) llama el maestresala al esposo 10 y le dice: "Todo hombre pone primero el buen vino, y cuando están bebidos el menos bueno. ¡Tú has guardado el buen vino hasta ahora!".
Había allí seis tinajas para el agua de los ritos de purificación que los judíos hacen antes de comer. Cada una contenía unos cien litros. Jesús ordena llenarlas de agua. Y el agua queda convertida en vino. Si los seiscientos litros indican una enorme cantidad de vino, el comentario del jefe del banquete: "¡Tú has guardado el buen vino hasta ahora!" pone de relieve la fina calidad del mismo.
La frase incidental: "los sirvientes sabían de dónde ha­bían sacado el agua", indica que los empleados sabían que el agua venía del pozo; pero que aquel vino nuevo venía de Jesús, y, así, el cumplimiento del AT se realizaba a través de Jesús.
11 Esto hizo Jesús como principio de los signos en Cana de Galilea. Y manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos.
Este prodigio fue "el principio de los signos" de Jesús, pero a la vez será también la clave de las demás "señales": Jesús es y será el donador de los bienes mesiánicos. Siendo éste el primer signo, lleva también un significado muy particular:
El vino que se ha terminado simboliza la primera Alianza, que ha llegado a su fin. Los ritos judíos de puri­ficación serán reemplazados por los dones de una nueva Alianza. Cuando llegue la Hora de Jesús, —la Hora de su exaltación por la cruz y de su resurrección— comenzará la era mesiánica, y se sellará la Alianza nueva, anunciada por los profetas (Jr 31,31-34). Jesús es el novio de la boda mesiánica (Mt 22,2). Entonces, para el banquete regio, él dará también un vino nuevo, generoso y abundante, que no se acabará. Clara y discreta alusión al futuro vino de la eucaristía (cf Mc 2,22; Lc 22,18.20).
Más aún: al tratar de una Alianza nueva viene tam­bién a la mente la idea de un "Pueblo nuevo" y de una "Humanidad nueva" que está por nacer. Por tanto, son necesarios un "nuevo Hombre" y una "nueva Mujer". Así se comprende el inusitado título con que Jesús se dirigió a su madre, llamándola "Mujer", y que repetirá al estar clavado en la cruz. Allí esa mujer, siendo la madre de Jesús, será también la Madre Sión, madre del nuevo Pueblo de Dios, madre de la Iglesia (cf Jn 19,26-27). El vino nuevo será dado debido a una intervención maternal de la madre de Jesús, que como nueva Mujer y nueva Eva, acompañará y colaborará con el nuevo Hombre-nuevo Adán, en su misión mesiánica.
Finalmente, tanto la expresión: "Al tercer día", que se lee al principio del relato, como el comentario del evan­gelista: "Y (Jesús) manifestó su gloria... ", ponen en relación —como inclusión semítica— la semana inaugural de la epifanía de Jesús con la semana de la Pascua de Jesús, cuando al viernes de su exaltación en la cruz, siga el silencio del sábado, y luego, "al tercer día", manifieste "su gloria" mediante su resurrección. Entonces, la fe de los discípulos, inicial en este momento, llegará a su plenitud.

ACTUALIZACION

Jesús Mesías, nuevo Adán:
Por mediación e intercesión de tu madre,
 la nueva Mujer, la nueva Eva,
danos siempre el vino abundante y generoso de la nueva Alianza: ¡la Eucaristía!
Concédenos la gracia de seguir
 siempre su maternal consejo;
"¡Haced lo que él os diga!"
 Queremos seguir siempre tus pasos y escuchar y cumplir tus mandamientos.
Manifiéstanos constantemente tu gloria, y concédenos la gracia de "creer" siempre en ti.