jueves, 29 de octubre de 2015

El criado del centurión de Cafarnaúm (Mt 8,513; Lc 7,1-10).

Relato de Lucas:

7-1 Cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. 2 Se encontraba mal y apunto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. 3 Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. 4 Estos, llegando donde Jesús, le supuraban insistentemente diciendo: "Merece que se lo concedas, 5 por­que ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga ".
Según la organización del Imperio romano, el "cen­turión" era un militar que tenía a cargo cien soldados (una centuria). Sobre el centurión estaba el "tribuno", encar­gado de una cohorte, formada por seis centurias, equiva­lentes a seiscientos soldados. Finalmente, diez cohortes constituían tina "legión", que contaba con seis mil hom­bres.
El centurión, no sintiéndose digno de presentarse personalmente a Jesús, envía una embajada formada por notables de la ciudad. Estos apoyan la petición del centu­rión, pues aunque se trata de un pagano, sin embargo es bienhechor de la comunidad, pues les ha construido la sinagoga; es, sin duda, a la manera de Cornelio, simpati­zante del judaismo (Hch 10).
6 Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión, a unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, 7 por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mán­dalo con una palabra y mi criado quedará sanado. 8Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: 'Anda', y va;y a otro: 'Ven', y viene; y a mi siervo: 'Haz esto', y lo hace".
El centurión había oído lo que Jesús hacía, y la fe había nacido en su corazón. Su fe era tal que no sen­tía necesaria la presencia física de Jesús ante su siervo. Bastaba con que lo ordenara con su palabra poderosa, así fuera a distancia: "¡Dilo con una palabra, y mi criado quedará, sano!".
El centurión era un jefe subalterno. Pues bien, si a pesar de ser subalterno, tenía autoridad y era obedecido por sus súbditos: ¡cuánto más la enfermedad obedecerá a Jesús, que goza de un poder propio y absoluto, y dejará libre al enfermo! El centurión reconoce humildemente en Jesús un señorío muy superior al suyo. Además, tal vez el centurión quería evitarle a Jesús un conflicto, pues estaba prohibido entrar en casa de un pagano (cf Hch 11,2-3).
9 Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: "Os digo que ni en. Israel he encontrado una fe tan grande".
El Reino de los Cielos, que estaba destinado a los judíos, herederos naturales de las promesas, llamados "los hijos del reino", (Dt 1,31; Is 63,16), ahora pasara como herencia a los paganos. El banquete mesiánico es el festín de la nueva Alianza ofrecida ahora a todo el mundo (Ex 24,9-11; Hb 12,22-24). El adjetivo "muchos" equivale en hebreo a "incontables", a "miles y miles"; inclusive a "todos".
San Pablo más tarde dirá que el rechazo de Israel entra en el plan de salvación de Dios y que no es definitivo:"No quiero que ignoréis, hermanos, este misterio: el endurecimien­to parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles, y así, todo Israel será, salvo" (Rm 11,25-26a).
Lucas termina su relato diciendo simplemente: "Cuando volvieron a la casa, hallaron al siervo sano ".

ACTUALIZACION

Señor Jesús: Mira a nuestros enfermos que tanto sufren, o están en peligro de muerte. Ven a visitarlos; o, si prefieres, pronuncia sólo una palabra y sanarán. Conforta, Jesús, nuestra fe; e invítanos a participar
en el banquete del Reino de los Cielos.
 Amén.


martes, 13 de octubre de 2015

La higuera estéril (Mc 11,12-14.20-25; Mt 21,18-22)

12 Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. 13 Al ver de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella. Se acercó a ella, pero no encontró más que hojas. (Es que no era tiempo de higos.) 14 Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!» Sus discípulos oyeron lo que decía.
20 Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. 21 Pedro se acordó y le dijo: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca.»

La maldición de la higuera, hecho insólito y extraño, tomado sólo en su materialidad, provoca inmediatamente esta pregunta: ¿Porqué maldecir a un árbol cuando naturalmente "no era tiempo de higos?. Esta reacción es lógica en el plano natural; pero Jesús, superando este nivel, ejecuta una acci{on dramática que debe ser comprendida como "gesto simbólico" o "signo" o "parábola en acción", a la manera de gestos simbólicos de los profetas (cf Jr18,1-12)

En esta perspectiva, al maldecir la higuera que no ha dado frutos, Jesús no quiere ocuparse del árbol como tal, sino como símbolo o figura de Jerusalén, estéril y castigada. En la Escritura, tanto la higuera como la viña son frecuentemente símbolos de Israel (Jr. 5,17; 8,13; Am 4,9; Os 2,14; Ha 3,17; Jl 1,7.12).

Más aún, colocado este episodio entre dos visitas al Templo, la higuera estéril podría referirse más concretamente al Templo de Jerusalén, en el que Jesús Mesías no ha encontrado fruto. "Las hojas brillantes de la higuera son tal vez el símbolo de las bellas construcciones del Templo, condenadas por su esterilidad religiosa" (TOB) (cf Jr 8,13; Os 9,16; Mi 7,1; Jl 1,7)

Este prodigio es una prueba del poder de Jesús. "Por una vez, ha querido hacer un milagro que no fuera directamente de beneficiencia,sino que pudiera servir de lección útil a sus discípulos (Lagrange).

La aplicación y actualización de esta lección, rica en posibilidades, permanece siempre abierta a otras situaciones, ya sean colectivas o personales. Así, algunos autores piensan que la higuera estéril y maldita es símbolo de la Ley, que ha dado ya sus frutos y debe terminar; o de Israel infiel (cf Lc. 13,6-9); o de la multitud que ha abandonado a Jesús; o del fin del imperio romano (D. Ellul); o de la comunidad cristiana a la que Marcos dirige su evangelio (E. La Verdiere).


ACTUALIZACIÓN

Señor Jesús:
Tú me has dado la vida y me has llenado de gracias. 
Señor, ¡te he sido infiel! Y nada tengo qué ofrecerte . 
Pero, ¡compadécete y ten misericordia de mí!
No vayas a pronunciar sobre mí
una palabra de esterilidad.
Aumenta mi fe y fortalece mi plegaria.
 Perdona mis infidelidades,
 y dame la fecundidad necesaria para producir
frutos de vida eterna.
Amén

jueves, 1 de octubre de 2015

17. El ciego de Jericó (Mc 10,46-52; Mt 20,29 34; Lc 18,35-43).

       Después de impartir diversas enseñanzas (Mc 9,33-10,31) Jesús —camino a Jerusalén— hace el tercer anun­cio de su pasión y resurrección: "Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, pero a los tres días resucitará" (Mc 10,33-34).

       En seguida, con motivo de la petición que Santiago y Juan le hacen para ocupar en la gloria su derecha y su izquierda, Jesús les da una instrucción sobre el "servicio", terminando con una frase preañada de sentido: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45).
Y en eso:
46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, Bartimeo (el hijo de Timeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: "¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!" 48 Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!".
Jesús llega a Jericó. Lucas aprovecha la oportunidad para narrar la conversión de Zaqueo, que termina con una frase grandiosa de salvación universal: "El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,1-10).
Luego sale de la ciudad y se encamina a Jerusalén para llevar a cabo la realización plena de su misión. Va con sus discípulos y con una gran muchedumbre. Se tiene la impresión de un cortejo triunfal. De pronto aparece en escena Bartimeo, un mendigo ciego, sentado junto al camino.
Mateo habla de dos ciegos; Lucas ha colocado el episodio a la entrada de Jericó, y ha organizado el relato con una estructura quiástica, centrada en el grito del ciego: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!".
Al enterarse por la algarabía de la muchedumbre que era Jesús de Nazaret quien pasaba, Bartimeo comenzó a gritar: "Hijo de David, Jesús, ten, compasión de mí!" . Este grito parece anunciar ya las aclamaciones mesiánicas de la multitud, el día de las Palmas, y las controversias con los fariseos acerca del Mesías "hijo o Señor de David" (Mc 11,10; 12,85-37).
A los reclamos para que se callara, Bartimeo gritaba con mayor fuerza. El tenía fe en Jesús y sentía que podía sanarlo.
49 Jesús se detuvo y dijo: "Llamadle". Llaman al ciego, diciéndole: "¡Animo, levántate! Te llama". 50 Y él, arrojan­do su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 51 Jesús dirigiendose a el, le dijo: "¿Qué quieres que te haga?" El ciego le dijo: "Rabbuní, ¡que vea!" 52 Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado ". Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
Jesús se detiene, manda llamar al ciego. En medio de aquella apoteosis, Jesús tiene tiempo para Bartimeo, un pobre ciego. Sí, él ha venido para los enfermos y los pecadores.
Bartimeo avienta su manto y, superando los obstácu­los de su ceguera, salta y se llega a Jesús. Este bien conocía la ceguera de aquel hombre, pero quiere escuchar de sus propios labios la necesidad más apremiante y el deseo más urgente de su vida.
  "¿Que quieres que te haga ?"
  "Rabbuní ¡que yo vea!"
  "¡Vete, tu fe te ha salvado! ".
"Rabbuní" = "Maestro mío", es un título más solemne que el simple "Rabbí" y empleado con frecuencia para dirigirse a Dios (Jn 20,16). "¡Que yo vea!". Lo que aquel hombre más ambiciona es la luz de sus ojos. Y Jesús le concede al instante la vista.
Mateo dice que "Jesús, movido a compasión, tocó sus ojos, y al instante recobró la vista ". Marcos agrega: "Y le seguía por el camino". La fe no sólo lo ha salvado-sanado, sino que lo impulsa a seguir a Jesús, convirtiéndolo en su discípulo. ¡Cuántas veces una sanación no es sino el llamamiento para una conversión, un cambio de vida, y un seguimiento en pos de Jesús. La vida le ha cambiado!
Lucas subraya que el ciego "le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios". Lucas no se cansa de inculcar en sus lectores el deber, la necesidad y la alegría de dar gloria a Dios por sus obras de misericordia y compasión.
         Con este milagro que es un paso de la ceguera a la visión, y de las tinieblas a la luz— colocado después del tercer anuncio de la pasión-resurrección de Jesús, y de la afirmación categórica sobre el seivicio de "dar su vida en redención de muchos", y antes de emprender su subida definitiva a Jerusalén, el evangelista quiere enfatizar la necesidad absoluta y apremiante de abrir los ojos y con­templar con mirada de fe cuanto va a acontecer con Jesús en los próximos días: sera la culminación de su misión redentora.
El milagro del ciego de Jericó es como un evangelio en miniatura, pues comprende: fe, proclamación, en­cuentro personal con Jesús, súplica, liberación y segui­miento de Jesús. Es también modelo acabado del anhelo de salvación que bulle en el corazón del hombre sumido en el sufrimiento, en la enfermedad y en la pobreza.
        El ciego Bartimeo, por su parte, una vez iluminado, se transforma en discípulo que sigue a Jesús, —como un discípulo a su maestro—, en su subida a Jerusalén y en su camino a la cruz, que es instrumento de liberación total.
        El relato acusa un origen judío-cristiano, y posee fuerte colorido bautismal: el paso de la oscuridad a la luz, y el tránsito de la inactividad al seguimiento activo en pos de Jesús.
         En una lectura hermenéutica, actualizante, pode­mos ver en el ciego la situación de todo marginado, a quien la sociedad quiere tener callado, pero cuya esperan­za lo lanza a seguir suplicando, Jesús actúa contra la actitud de los circunstantes y otorga gratuitamente al ciego la vista que tanto deseaba, liberándolo de las tinie­blas en que vivía.

ACTUALIZACION

Jesús de Nazaret, Hijo de David! Aquí estoy pobre y ciego,
sentado a la vera del camino de mi vida, nada puedo hacer,
mi ceguera me lo impide.
Detente Jesús, ante mi miseria, que quiero ver.
Compadécete de mí, Dame la luz, Maestro mio.
Llénate de misericordia y toca mis ojos.
Gracias, Jesús por lo que me has dado.
Quiero seguirte y ser discípulo tuyo.
Yo te alabo y te bendigo . Amén