jueves, 1 de septiembre de 2016

La Resurreción de Lázaro (Jn. 11,1-44). Última parte parte

27 “Dícele: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que ha de venir al mundo”.

La confesión de Marta denota una fe ya de tiempo, como la de Pedro (6,69), no como la del ciego de nacimiento que empieza a creer ((9,38). Marta da a Jesús tres títulos: “el Mesías, el Hijo de Dios, y el que viene al mundo”. Tres títulos que encontramos en Jn 1, 41.49; 6,14. Sin embargo, no ha llegado a comprender profundamente que si Jesús se ha proclamado “La Resurrección y la Vida” puede, en estos mismos momentos, producir vida. Esto se verá claro en la reacción de Marta: “Señor, ya huele mal….(v.39).
Marta, pues, como otros personajes del Cuarto Evangelio, permanece en un nivel de incomprensión respecto de la palabra de Jesús en su sentido más profundo (cf. 3,4; 4,11.15; etc.

4º Jesús y María (v.28-37).

28 Y habiendo dicho esto, se fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: “El Maestro está aquí y te llama.” 29 Ella, así que oyó, se levantó rápidamente y fue hacia él. 30 (Todavía no había llegado Jesús a la aldea, sino que estaba aún en el lugar donde Marta le salió al encuentro).

31 Los judíos, pues, que estaban con ella en la casa y que la consolaban, viendo que María se había levantado rápidamente y que había salido, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí.

32 Así que María llegó a dónde estaba Jesús, al verlo cayó a sus pies, diciéndole: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Entonces Jesús, así que la vió llorar, y llorar a los judíos que venían con ella, se conmovió en su espíritu y se turbo, 34 y dijo: “¿Dónde lo habeís puesto? “ Le dicen: Señor, ven a ver”. 35 Lloró Jesús. Decían, pues los judíos: “¡Mirad cómo lo amaba! 37 Pero alguno de ellos dijeron:”¿No podría éste que abrió los ojos del ciego hacer también que éste no muriera?

La escena corre llana y natural. María, a los pies de Jesús, recuerda el cuadro de Lucas 10,39 y Jn. 12,3. La Palabra de María es un duplicado de la de Marta. Los v.33 y 35 manifiestan a Jesús en la sencilla y conmovedora realidad de sus sentimientos humanos. Sufre el contagio del dolor y de la pena, y se conmueve ante un sufrimiento moral como es la muerte de una persona a quien se ama entrañablemente.

“Jesús lloró”. Frase corta, pero plena de sentimiento. Calladamente brotan las lágrimas de los ojos de Jesús. No es un llanto clamoroso. Los judíos comentan: “¡Mirad cómo lo amaba! “ . Algunos, conociendo ya más a Jesús, se preguntaban: :”¿No podría éste que abrió los ojos del ciego hacer también que éste no muriera?

5º Lázaro muerto a la vida (v38-44)

38 Jesús, pues, nuevamente conmovido en sí mismo, viene al sepulcro. Era una cueva, y una piedra estaba puesta sobre ella. 39 Dice Jesús: “!Quitad la piedra! Dícele Marta, la hermana del difunto: “Señor, ya huele mal, pues es el cuarto día. 40 Dícele Jesú:  ¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?

41 Quitaron, pues la piedra. Y  Jesús levantó los ojos hacia arriba, y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has oído. 42 Yo sabía que siempre me oyes, pero por la muchedumbre que está presente lo he dicho, para que crean que tú me has enviado!”.

43 Y habiendo dicho esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, acá, fuera!” Salió el muerto atado con vendas los pies y las manos, y su rostro estaba envuelto con un sudario. Díceles Jesús: “¡Desatádlo y déjadlo ir.

Jesús llega al sepulcro. Nueva conmoción humana. El sepulcro era una cueva y una loza lo cerraba. Jesús ordena: “¡Quitad la piedra!. Marta observa: “Señor, ya huele mal, pues es el cuarto día”. Ante la terrible realidad del cadáver descompuesto, Marta no piensa en la posibilidad de la resurrección. Las palabras enigmáticas del Señor no le habían hecho comprender que él iba a intervenir aquí y ahora para devolverle la vida a su hermano.

Jesús replica: :  ¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios? Alusión a la fe y llamado a creer . La gloria (en hebreo “kabod” y en griego “doxa”). Es la manifestación sensible de la presencia omnipotente de Dios. El tema de la gloria engloba, en inclusión semítica, todo el relato. En efecto, ya Jesús le había dicho al mensajero: “Esta enfermedad no es de muerte, sino para la gloria de Dios, para que sea glorificado el Hijo de Dios por ella (v.4). Y a Marta le había revelado que él era la Resurrección y la Vida.

Pues bien, ha llegado el momento de actuar para la glorificación del Padre y del Hijo. Quitán la piedra. Jesús eleva sus ojos al cielo para orar. Nada le pide a Dios. El Padre conoce ya, desde siempre, lo que hay en el corazón de su Hijo. Sólo hay necesidad de alabar y dar las gracias.

En la breve oración que Jesús dirige filialmente a su Padre, brilla con esplendor la unión de voluntades que existe entre los dos. “¡Para que crean que tú me has enviado..! Las obras de Jesús le son dadas por el Padre para que los hombres crean que él es el Enviado de Dios (5.30.36; 9.3; 10,32.37)

Jesús no reclama nada para sí, todo lo ordena a su Padre: ¡Que él sea glorificado y que se reconozca su obre de vida al haber enviado a su Hijo al mundo! La certidumbre de que su oración es escuchada no debe ser solamente privilegio de Jesús sino también del verdadero discípulo que ora en su Nombre (Jn. 14,13-16; Mt.7,7-11; Mc.11,24; etc.)

Habiendo terminado su oración, Jesús con fuerte voz gritó ¡Lázaro, acá, fuera!”. Y salió el muerto con vendas en los pies y manos, y envuelto su rostro con un sudario. Y Jesús le dijo: “¡Soltádlo y déjadlo ir!” 

La narración termina abruptamente aquí sin dar más detalles. Con esa brevedad impresionante, Juan quiere inculcar una vez más lo esencial: Jesús es la Vida. Y el hecho de haber dado la vida física a Lázaro, es un “signo” sensible por anticipado de que él mismo dará y recuperará su propia vida (Jn.10,17-18), de que puede comunicar a los hombres “vida eterna” en este mundo, y de que podrá volverlos a la vida física por la resurrección, en el último día (5,19-30; 6.39.40.44.54).


ACTUALIZACIÓN

¡Oh Jesús, amigo mío! Ya sé que me amas.
Heme aquí delante de ti, semejante a Lázaro,
espiritualmente enfermo o muerto.
Ven, glorifica a tu Padre, y glorifícate a ti mismo, salvándome.
Tú eres la luz de la vida.
Líbrame, Señor, de este letargo prolongado
y profundo en que me encuentro
Despiértame de este terrible sueño de muerte.
Tú eres, Jesús; “la Resurrección y la Vida”.
Resucítame y comunícame vida eterna.
Yo creo en ti, y sé que, aun cuando haya muerto, viviré.
Contigo, no moriré eternamente.