miércoles, 4 de julio de 2018

X —PARABOLA DEL PADRE BUENO O DEL HIJO PRODIGO: Lc 15,11 -32.


La parábola del "Padre bueno" o del "Hijo pródigo", junto con las parábolas de la oveja y de la dracma perdi­das, forman el famoso tríptico lucano de las parábolas de la misericordia divina. Con esta parábola, dirigida a sus enemi­gos Fariseos y Escribas, Jesús intenta justificar su actitud be­névola hacia publícanos y pecadores.



El amor y la misericordia de Dios no conocen límites, y su corazón paternal está siempre dispuesto a recibir al pecador arrepentido. Si así es Dios, así también debe ser él.


L—EL HIJO MENOR: w. 11-24.
"Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: 'Padre, dame la parte de la hacienda que me co­rresponde*. Y él les repartió la hacienda": w. 11-12.
Según la ley del Dt 21,27, dos partes de la herencia per­tenecían al primogénito. En nuestro caso, la tercera parte to­caba al hijo menor. Según las normas ordinarias, si el repar­to de posesiones era durante la vida del padre, la posesión pasaba a los herederos, pero el padre mantenía el usufructo de los bienes. El joven de la parábola se muestra más exi­gente: no sólo quiere el derecho de posesión sino que desea también disponer ya de lo suyo.
"Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda vi­viendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, so­brevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apa­centar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las alga­rrobas que comían los puertocs, pero nadie se las daba": w. 13-16.
El hijo es todavía joven, no casado, y toma el camino de la Diáspora. Malgastó su hacienda y se vio en la urgencia de ofrecer sus servicios a un amo. Este lo envió a cuidar cer­dos, animales impuros según la Ley: Lv 11,7. Esto le impedía la práctica de su religión.
El v. 16 presenta una dificultad: ¿por qué no podía ali­mentarse con las alagrrobas que comían los puercos? Posible­mente dos frases diferentes están aquí fusionadas; desdoblán­dolas dan esta idea: "y hubiera querido saciarse con las al­garrobas que comían los puertos (pero no se decidía a hacer­lo), y nadie le daba (algo que comer)" (Jeremías).
"Y entrando en sí mismo, dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante tí. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Y, levantándose, partió hacia su padre", w. 17-20a.
La conversión del hijo es perfecta. Reconoce que con sus pecados no sólo ha ofendido a su padre, sino a Dios. Para un Israelita, todo pecado es una ofensa a Dios: cfr Gn 20,6; 39,9.  
Lo ha perdido todo, inclusive sus derechos de hijo, por eso sólo piensa pedirle a su padre lo reciba en calidad de jornalero.
"Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó. El hijo le dijo: 'Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus siervos: 'Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies; traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta: porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado'. Y comenzaron la fiesta": w. 20b-24.
El relato está lleno de expresiones de grandes alcances. El hijo está todavía lejos y, a su vista, el padre se conmueve profundamente. Corre, a pesar de que esto sea contra la gra­vedad de un señor oriental. Lo besa, siendo el ósculo el sím­bolo del cariño y del perdón: 2S 14,33. Y, lejos de aceptar la proposición de su hijo, el padre ordena:
*     que le vistan el mejor vestido: en el Oriente, este ves­tido ceremonial se da al huésped de honor; además, un vestido nuevo es, en el Nuevo Testamento, símbolo de pertenencia a la Nueva Era: Me 2,21; Hch 10,1 lss; ll,5ss; He 1,10-12;
*     que le pongan un anillo y unas sandalias: el anillo lle­vaba el sello de autoridad y las sandalias eran signo de hombre libre;
*     que le preparen un banquete con el mejor novillo: por­que se trataba de una recepción solemne, a un personaje querido.
La razón de todas esas muestras de dignidad y sobre todo de afecto del padre es porque para él, su hijo no ha perdido los derechos filiales; y una alegría inunda su corazón, porque "este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba per­dido y ha sido hallado".

2.—EL HIJO MAYOR: w. 25-32.
"Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: 'Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo ce­bado, porque lo ha recobrado sano\ El se irritó y no que­ría entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: 'Hace tantos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un ca­brito para tener una fiesta con mis amigos; y ahora que ha vuelto ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado": vv. 25-30.
He aquí un cuadro de oposición. La figura del hijo ma­yor contrasta tanto con la benevolencia del padre bueno que sale a suplicar a su hijo que entre, como con la actitud hu­milde y respetuosa del hermano menor.
El lenguaje que utiliza el hermano mayor es duro y des­pectivo. No llama al menor ''hermano", sino "tu hijo ése".
El padre en cambio, mantiene su bondad:
"Pero él le dijo: 'Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'": w. 31-32.
Esta respuesta del padre, en medio de su bondad, encierra un reproche para el hijo mayor.

REFLEXION FINAL:
La parábola consta de dos cuadros y de tres personajes. El personaje principal es el Padre bueno que perdona al hijo menor y le mantiene su amor, y que comprende al mayor pero lo reprocha discretamente.
El primer cuadro puede titularse "El retorno del hijo me­nor" y el segundo "La protesta del mayor". Y tan importante es uno como el otro, porque, si el primero subraya que la mi­sericordía de Dios es ilimitada, el segundo enseña que los que se creen buenos —los primogénitos— no deben ser celosos ni escandalizarse, sino aceptar que participen del Banquete Mesiá-níco los hijos extraviados que quieren volver a la casa paterna

alvador Carrillo Alday M.Sp.S. LAS PARÁBOLAS DEL EVANGELIO. pags. 157 ISE. México, 1992.