jueves, 28 de abril de 2016

2. El hijo de un funcionario regio (Jn 4,46-54).

La sanación del hijo de un funcionario regio tiene parecido con la curación del siervo de un centurión ro­mano, narrada por  Mateo y Lucas (Mt 8,5-13; Lc 7,1-10). Ambas curaciones acaecieron en Cafarnaúm, sólo que en la primera Jesús estaba a unos 40 kilómetros de distancia. Discuten los especialistas si se trata del mismo caso o son diferentes. Tal vez, con mayor probabilidad, es cuestión de acontecimientos diversos.
4,46 Llegó, pues, nuevamente a Cana de Galilea, donde había hecho el agua vino. Había un funcionario regio, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. 47 Este, habiendo oído que Jesús venía de. Judea a Galilea, fue donde él y le pedía que bajara y curara a su hijo, pues estaba a punto de morir. 48 Díjole, pues, Jesús: "Si no veis signos y prodigios, no creéis".
Jesús se encuentra en Caná, donde había obrado el primer signo: la conversión del agua en vino. El evange­lista, economizando detalles, presenta solamente a Jesús y a un funcionario público, llamado "basilikós". Este era un oficial gentil, cercano tal vez al rey Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, pero muy probablemente al servicio de Roma.
El funcionario tiene a su hijo muy enfermo en Cafarnaúm, aldea que está a unos 40 kms de distancia, con un desnivel de 500 metros de altura. Ha oído acerca de Jesús, y la fe ha brotado en su corazón. Va al encuentro de Jesús que regresa de Judea y con insistencia le ruega que baje a Cafarnaú. Si el padre pide la sanación de su niño, es porque tiene fe.
Jesús escucha, pero, superando el gesto sencillo y lleno de angustia de aquel padre, pasa a un plano diferen­te. Sólo así se explica su respuesta enérgica que, más que rechazo, es invitación para pasar a una fe mucho más profunda.
La palabra dura de Jesús, trasladada a estilo directo, equivale a decir: "¡Creed! aun cuando no veáis ni signos ni prodigios". Se trata, pues, de un llamado exigente a una fe vigorosa y pura, que no se apoye sólo en milagros sino que se finque directamente en la persona de Jesús (cf Jn 20,29). La respuesta del Señor supera, pues, los alcances de la petición del oficial, el cual es como representante de una colectividad.
49 Le dice el funcionario regio: "¡Señor, baja antes de que muera mi niño!" 50a Dícele  Jesús: "¡Anda, tu hijo vive!".
El funcionario, sin arredrarse ante la desconcertante palabra de Jesús, insiste. Su insistencia revela ya un afian­zamiento o crecimiento en la fe. Ante la actitud perseve­rante de aquel hombre, Jesús accede y otorga a distancia el favor solicitado.
Pero hay que poner atención al lenguaje empleado por Jesús. El Señor no le dice: "Tu hijo ha sanado", sino "¡Anda, tu hijo VIVE!". En este "vive" hay un sentido pro­fundo. Este "vive" se opone al "morir" de los v.47.49, y es como un estribillo repetido hasta tres veces (v.50.51.58). En este relato están en juego dos ideas: "morir y vivir", "muerte y vida". Pues bien, Jesús es el dador de la vida.
50b Creyó el hombre en la palabra que le dijo Jesús e iba de camino. Ya cuando él bajaba, sus siervos le scdieron al encuentro, diciéndole: "Tu niño xiive". 52 Les preguntó luego la hora en que se había puesto mejor y le dijeron: "Ayer, a la hora séptima, lo dejó la fiebre". 5y Conoció entonces el padre que en aquella hora fue cuando Jesús le dijo: "Tu hijo vive". Y creyó él y su casa entera.
Aquel buen hombre "creyó en la palabra" de Jesús y se marchó. Si había llegado movido por la fe, ahora regresaba con una fe mucho más viva y robusta. En efecto, una cosa es creer que Jesús hace milagros, pues éstos se ven y se palpan. Un segundo paso es creer en su palabra, pues el resultado puede no ser tan evidente. Y el tercer grado es creer directamente en Jesús, es decir, en su persona (cf Jn 14,1).
Al ir bajando hacia Cafarnaúm se encontró con sus criados que habían subido a buscarlo a fin de comunicarle la buena noticia de que su hijo ya estaba bien. El evange­lista, según su costumbre, precisa la hora de los aconteci­mientos: fue la hora séptima, es decir, la una de la tarde. Así, la palabra de Jcsiís y el momento de la curación del niño habían coincidido. Además, no hay que olvidar que el número siete es símbolo de plenitud. Es la plenitud de los tiempos mesiánicos (cfjii 4,35).
El resultado de aquel maravilloso acontecimiento fue que el funcionario con sus familiares, sus amigos, sus allegados creyeron en Jesús. Por semejanza al final del primer signo, donde se dice que "sus discípulos creyeron en él" (2,11), se puede deducir también aquí que la fe de aquella familia tuvo como término la persona misma de Jesús: "Creyó él y toda su caso" en Jesús.
Este pasaje evangélico es una evangelización e invi­tación poderosa a un crecimiento en la fe. Juan termina su narración relacionando este prodigio-signo con el pri­mer signo realizado también en Caná de Galilea: "Esto hizo de nuevo Jesús como segundo signo cuando regresó de Judea a Galilea".
                                                                      ACTUALIZACION

¡Señor Jesiís, fuente y manantial de vida! Dame una fe vigorosa en ti, y realiza en mí un prodigio: comunícame tu vida para vivir de ti y líbrame de todo peligro de muerte eterna. Concédeme buena salud; y que ella sea signo sensible de la vida eterna que me has regalado. Amén.