jueves, 16 de agosto de 2018

XII —EL HOMBRE RICO Y EL POBRE LAZARO: Lc 16,19-31.


"Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y ce­lebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico. .., pero hasta los perros venían y le lamían las lla­gas": vv. 19-21.
Vestir púrpura y lino era vestir lujosamente y a lo caro. Lázaro era un pobre tullido ulcerado, que pedía limosna a la puerta del palacio del rico. Su estado tan miserable hacía pen­sar que Dios castigaba severamente sus graves pecados.
"Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado": v. 22.
"El seno de Abraham" designa el lugar de honor en el banquete celestial, a la derecha del padre Abraham (cfr Jn 13,23); este lugar de honor, el más alto a que se pudiera pre­tender, indica que Lázaro ocupa el puesto más elevado en el Festín Mesiánico. El ha experimentado un total cambio de fortuna: sobre la tierra vio al rico sentado a la mesa, ahora es él quien está colocado en el banquete; sobre la tierra él fue un despreciado, ahora goza del más alto honor. Ha descubierto que Dios es el Dios de los más pobres y desprovistos.
Se puede imaginar el grandioso sepelio del rico. Sin em­bargo, considérese la diferencia que marca el texto: Lázaro al morir es llevado por los ángeles al seno de Abraham (ésa es su sepultura); el rico es puesto suntuosamente en un se­pulcro.
"Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: 'Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lá­zaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama*. Pero Abraham le dijo: 'Hijo, recuerda que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado*. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros'": vv. 23-26.
El Hades es la mansión de los muertos. Este trozo nos trasmite la creencia del cambio de destino en la vida futura: a vida fácil y licenciosa corresponde una vida de tormentos, pero una vida sacrificada y buena es coronada por la felicidad.
El rico sufre tan atrozmente que quisiera que Lázaro, con la punta de su dedo, mojara su lengua. Acude a Abra­ham como padre y éste reconoce la filiación, pero ella no es motivo para modificar la suerte. "El abismo simboliza la imposibildad, tanto para los elegidos, como para los condena­dos, de cambiar su destino" (BJ), lo cual supone que el juicio definitivo de 'Dios es irrevocable.
"Replicó: 'Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les avise y no vengan también ellos a este lugar de tormento*. Dijo Abraham: '¡Tienen a Moisés y a los Profetas; que les oigan!* El dijo: 'No, padre Abraham; sino que si alguno de   entre los muertos va donde ellos, se convertirán* : vv. 27-30.


Estos versículos dan a entender que se trata de un mensaje por sueño o por visión. Abraham da un paso adelante y alude a una resurrección corporal:

       "Le contestó: 'Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite": v31.

La conversión brota sustancialmente de la "fe en la Palabra de Dios". Dios se revela y revela sus mandamientos en la Ley y los Profetas, o sea, en las Escrituras. Si se les observa debidamente, la salvación está asegurada. No es necesario que la virtud divina supere las leyes de su providencia ordinaria por medio de los milagros, así fuera la resurección de un muerto.

La parábola presenta dos cuadros: el Rico y Lázaro, y los cinco hermanos.

El primer cuadro es rico en detalles, pero el énfasis doctrinal se encuentra en la segunda parte. Es una amonestación a vivir según las normas de la Palabra Divina, sin esperar milagros.

Salvador Carrillo Alday M.Sp.S. LAS PARÁBOLAS DEL EVANGELIO. pags. 164-166 ISE. México, 1992.